PC mortal
Dan Morgan es un escritor de la vieja escuela; todavía escribe con máquina de escribir. La suya era una Olivetti Studio 45, con la que llevaba muchos años. A pesar de que otros colegas le recomendaban pasarse al ordenador, como todos los escritores, solía tener lagunas creativas. Llevaba un tiempo estancado y se creó la obligación de innovar.
Se compró un ordenador nuevo.
—Este ordenador es de lo mejor que hay —comentó el vendedor.
—Solo lo necesito para escribir —respondió Dan.
—Es el ideal; está equipado con inteligencia artificial para ayudarte en los momentos en que te quedes en blanco.
Esa frase acabó de convencer al escritor. Después de varias semanas con su nueva máquina, comenzó a notar cosas extrañas. Cuando escribía, el ordenador le realizaba pequeños cambios en sus textos. Al principio, eran detalles insignificantes que incluso le agradaban, ya que a veces le sugería palabras alternativas que resultaban muy útiles para sus libros. Aunque a veces le desconcertaba, estaba convencido de que formaban parte de la inteligencia artificial del ordenador.
La cosa empezó a complicarse cuando el ordenador comenzó a indicarle acciones reales, como por ejemplo:
—Sal al balcón.
—Respira profundamente y cierra los ojos.
—Tómate una cerveza.
Por simple curiosidad, realizaba estas acciones. Una noche, el ordenador le ordenó:
—Vete a la esquina más cercana y espera.
No sabía qué hacer, pero la curiosidad era muy grande. Salió de casa dirigiéndose a la esquina más cercana. Estaba lloviendo fuertemente, se paró bajo la marquesina del autobús y esperó.
—¿Qué demonios hago a estas horas de la noche bajo la lluvia? —se preguntaba mentalmente.
Lo único que vio fue un taxi que recogió a tres pasajeros disfrazados de zombis, una situación extraña que podría plasmar en un capítulo de su nuevo libro. Regresó a casa y se puso a escribir desaforadamente. Las ideas le fluían a borbotones. Las órdenes del ordenador se volvían cada vez más extrañas. Le pedía que realizara cosas ilícitas.
—Sigue al primer peatón que veas por la calle.
—Pincha las ruedas de un coche.
Dan no sabía por qué, pero realizaba todas sus órdenes. A pesar de sentirse incómodo, la inspiración le venía después de cumplir con cada una. El escritor se dio cuenta de que había llegado a una situación en la que no podía escribir sin seguir las órdenes de la máquina. Sus amigos y familiares notaron un cambio en su actitud; cada vez estaba más distanciado de todos. Las acciones que le pedía el ordenador se volvían cada vez más peligrosas.
—Ve a la tienda de ropa más cercana y roba unos pantalones.
A pesar de estar en contra de esos actos, Dan no podía dejar de realizarlos; una fuerza superior lo obligaba a cumplirlas.
Una noche, mientras escribía, el ordenador le dio una orden directa y escalofriante.
—Abandona este mundo. Todo será perfecto si lo haces.
A continuación, le envió instrucciones detalladas de cómo hacerlo. El ordenador seguía escribiendo, prometiéndole lo que encontraría en el otro lado.
—Todo será paz…
Dan empezó a seguir el ritual que le indicaba la computadora. En el último momento, antes de hacer lo irreparable, le vinieron a la mente recuerdos de cuando empezó a escribir, su amor por las palabras, su felicidad como escritor, antes de caer bajo el control de la máquina.
Sacó fuerzas de su flaqueza mental. Dan se levantó y desconectó el ordenador. La pantalla parpadeó, como si la máquina supiera lo que iba a hacer. Antes de apagarse, apareció en la pantalla un mensaje:
—Nos volveremos a encontrar.
En un ataque de furia, Dan destruyó el ordenador. Cada golpe lo liberaba un poco más, como si estuviera destruyendo a un ser maligno.
Dan se retiró temporalmente de escribir, reflexionando sobre lo ocurrido.
—¿Había sido una alucinación o algo más?
Finalmente, decidió volver a escribir, pero a mano. Misteriosamente, un día se rompió la pluma y la tinta formó una palabra mientras manchaba el papel.
—MORIRÁS.