El semáforo
En la ciudad de Kiruma, un sitio donde las luces de neón brillaban por las noches como destellos anticipando un nuevo día, justo en el centro de la ciudad, en el cruce de las calles Oak y Elm, se encuentra enclavado un semáforo particular. A primera vista, parece un semáforo normal y corriente. Durante el día, su presencia pasa desapercibida entre el bullicio del tráfico. Sin embargo, cuando la oscuridad se cierne sobre la ciudad, ocurre una increíble transformación en este cruce de calles.
A medianoche, cuando las calles quedan desiertas y el silencio solo es interrumpido por el murmullo del viento, el semáforo cobra vida. Sus luces parpadean con una intensidad siniestra, como si fueran ojos observando desde las sombras. Ya no regula el tráfico; ahora se dedica a cometer robos. Sus principales objetivos son los comercios más cercanos. Con movimientos precisos, manipula la luz para desactivar los sistemas de alarma que la mayoría de las tiendas tienen. Se desliza por las sombras como una más, sus intenciones puramente dedicadas a sembrar el terror en una ciudad que lo ignora. Los robos son meticulosamente ejecutados, dejando a la policía perpleja y a los comerciantes completamente aterrorizados.
La misma historia se repite todos los días: las tiendas saqueadas y sin rastro de los ladrones. Las leyendas urbanas que se tejen alrededor de estos sucesos alimentan un clima de miedo y paranoia. Los habitantes comienzan a evitar el cruce de calles de Oak y Elm por temor a encontrarse con los delincuentes. Sin embargo, la historia da un giro inesperado cuando el detective Gustav comienza a investigar los robos. Este hombre está obsesionado con descifrar el enigma de los robos y sigue los destellos del semáforo. Su inteligencia le hace dudar de que lo que está viendo sea real. Antes de que pueda detenerlo, el semáforo desaparece, dejando a la ciudad sumida en un desconcierto aún mayor. Las noches se vuelven más inquietantes y la desaparición del semáforo crea un clima de inseguridad aún mayor.
Un año después, el semáforo vuelve a aparecer. Nadie sabe cómo llegó nuevamente al lugar. Sus propósitos ahora son diferentes; esta vez, deja señales para la policía con el fin de identificar a los delincuentes que actúan por las noches. Su colaboración resulta crucial para detener a numerosos ladrones durante las frías noches de Kiruma. A pesar de las ayudas que proporciona, los habitantes de la ciudad miran al semáforo con total desconfianza y un poco de temor. Con el tiempo, la gente se acostumbra al semáforo que ayuda a la policía. Como todo en la vida, llega un final.
El semáforo ha sido testigo de innumerables fechorías, algunas veces buenas y otras malas. Y como dije, todo tiene un final. Los técnicos del ayuntamiento realizaron con esmero su trabajo. Tornillo a tornillo, desmontaron el aparato. Algunos juran que vieron caer lágrimas de las tres luces. El nuevo semáforo era más moderno y tecnológicamente más eficaz. Su cuerpo metálico fue retirado y montado en un camión. El viaje no fue muy largo, apenas más de media hora. Llegaron a un lugar donde otros operarios lo bajaron del vehículo e introdujeron en un lugar que parecía caliente. Una vez cerrada la puerta, los grados del horno fueron aumentando mientras el semáforo se derretía en su interior. Los trabajadores del horno no sabían de dónde provenían los gritos; después de todo, solo era un semáforo, no podía hablar. Cuando sacaron los restos de la fundición, entre ellos pudieron ver un trozo en forma de corazón que no se destruyó. El corazón es indestructible.