Amnesia amazónica
El grandioso Amazonas se extendía ante sus ojos, un océano de tonalidades verdes en todas sus variantes. Una vez dentro, solo había una melodía: la de los cantos de las aves. Su cabeza giraba en todas direcciones, intentando absorber en su mente todo lo que podía ver.
El aire que respiraba era pesado y húmedo, como si entre el suelo y la copa de los árboles existiera un océano invisible.
Entre los sonidos de todo tipo de animales, aumentados por el crujir de sus pies al pisar las hojas caídas de los árboles, comenzaba la historia de un hombre, Pedro, en busca de un pasado perdido.
Después de muchos años con amnesia temporal, provocada por las fuertes fiebres que sufrió en su juventud, los recuerdos comenzaron a surgir en su mente. Una mañana, después de despertar temprano, recordaba un fragmento de lo que consideraba un sueño, aunque poco después se dio cuenta de que no era un sueño, sino un recuerdo que había regresado de repente.
No podía apartar de su mente la voz de su padre que le contaba una historia sobre oro y la peligrosa selva amazónica.
Cada día recordaba un poco más de esas charlas con su padre.
“Hijo, en un lugar que te explicaré más adelante, encontrarás una fortuna en oro. Esa será mi herencia para ti”, le decía su padre.
Luego recordó cómo su padre le guiaba mentalmente a través de unos oscuros túneles en las profundidades de la selva más grande del mundo.
A la mente de Pedro llegaban imágenes fragmentadas de un hombre que desafiaba la oscuridad y el peligro en busca de riquezas en las profundidades de la tierra menos explorada del mundo.
Su padre era su héroe, y después de tanto tiempo olvidado, los recuerdos comenzaban a aflorar.
Recordaba la lucha que su padre tuvo que enfrentar contra la codicia y la traición de sus propios compañeros. Pedro recordaba cómo muchas noches las pasaba en vela esperando el regreso de su padre, para que le contara las historias de peligros que vivía cada día.
Las cicatrices en el cuerpo de su padre eran testigos silenciosos de la lucha diaria en las profundidades de la tierra. Su padre había sobrevivido a derrumbes, inundaciones y la peor lucha, que era contra sus propios compañeros que intentaban robarle su pequeña fortuna.
Pedro recordaba con lágrimas en los ojos la historia que le contó su padre, cómo una noche había escapado de un intento de asesinato perpetrado por los mismos que intentaban robarle. Intentaron silenciarlo para siempre, pero su padre logró escapar de la casa en llamas para poder contarle a su hijo algún día dónde estaba su fortuna.
Con el tiempo, ya en una edad avanzada, el padre de Pedro regresó a su país con las manos vacías y la maleta rota, pero con el conocimiento de dónde había escondido toda su fortuna. Le explicó a Pedro con señales concisas dónde podría encontrar el fruto de su trabajo.
Este fue su último legado, aunque Pedro en ese momento no era consciente de nada, ya que la amnesia lo tenía en un limbo mental.
Ahora, con los recuerdos fluyendo, Pedro estaba adentrándose en la selva que tantas veces había visto en televisión, en busca de algo que no sabía si existía, aunque su corazón le decía que sí.
Cada paso que daba hacia el interior de esa selva hacía que el misterio olvidado por tanto tiempo pareciera al alcance finalmente.
Los rascacielos de árboles impedían ver el sol, pero las indicaciones de su padre lo acercaban cada vez más.
Los días se convirtieron en semanas, y parecía que en cualquier momento cesaría en su absurda búsqueda.
Finalmente, un día entre la espesura de la maleza, encontró lo que buscaba: la entrada a la mina.
La soledad de la mina hacía resonar los pasos de Pedro como si fueran tambores y su corazón parecía un instrumento de percusión. No sintió miedo en ningún momento, desde el más allá sabía que su padre estaba con él.
En un momento de la búsqueda, se detuvo a pensar en la cantidad de historias que podrían contar esas paredes. Fue entonces cuando Pedro pudo divisar lo que tanto buscaba: un tesoro escondido entre capas de tierra y piedras, esperando ser encontrado por el hijo del minero que tanto tiempo sufrió de amnesia. Con el tesoro en sus manos, por fin pudo regresar también a su país.
En el fondo de su corazón sabía que estaba haciendo lo que su padre quería. Con el oro, pudo construir una residencia para las personas mayores del pueblo. Todos en el lugar conocían la historia de un minero que acumuló una fortuna para dejársela a su hijo amnésico, quien recuperó sus recuerdos en el momento oportuno.