Secuestro (III)
Se acercaron lentamente los cinco, la casa tenía reflejos de luz en su interior, visibles a través de las ventanas. Uno de ellos les avisó:
—Tendrán que entrar ustedes delante, nosotros tendríamos problemas si entrásemos primero.
La puerta no estaba cerrada, con un ligero impulso se abrió.
Todo sucedió muy rápido, notaron un fuerte empujón por las espaldas que les hizo caer al suelo.
—Ja, ja, ja. ¿Qué pensabais, que os íbamos a traer hasta donde estuviera el chico? —horrorizados, vieron como salieron tres personas más de las diferentes habitaciones. Uno de ellos les puso una bolsa de deporte junto a ellos.
—Poned todo lo que tengáis de valor ahí dentro.
Alejandro y María comprobaron la triste realidad: habían sido engañados y arrastrados hasta este lugar para robarles.
En esa casa no había ningún chico secuestrado, ellos eran simples traficantes de droga y ladrones. Su inocencia y desespero por encontrar a su hijo les hizo caer en la trampa.
Alejandro intentó levantarse para luchar, pero fue un gesto inútil. Solo le aportó una buena cantidad de golpes. María lo protegió con su cuerpo y también se llevó unos cuantos golpes.
Se dieron cuenta de que lo mejor era darles todo lo que tenían.
Llorando, fueron introduciendo sus pertenencias en la bolsa.
—Esa medalla también —le gritó uno de ellos a María.
—¡No! Esa medalla es el único recuerdo que tengo de mi hijo.
Una oleada de golpes fue lo que encontraron por respuesta otra vez.
Uno de ellos de un tirón se la arrancó, dejando a María con un ataque de ansiedad y sin posibilidad de parar de llorar.
Alejandro la abrazó para darle fuerzas y protegerla de los golpes.
—Ahora nos marchamos, no salgáis antes de cinco minutos o haremos funcionar esta —mientras pronunciaba esa frase, les enseñó una pequeña pistola.
No sabían cuanto tiempo pasó antes de moverse, pero estaban seguros de que ya estaban lejos los maleantes.
—Esto es el fin —comentó María.
—No, cuando veníamos hacia aquí antes de subir al coche tuve la prudencia de guardar casi todo el dinero en buen recaudo.
Decidieron informar a policía de lo sucedido.
—Tienen mucha suerte de estar vivos, la mayoría de veces esas mafias asesinan a los que intentan descubrir algo de ellos.
Tenían que continuar, cada vez había menos esperanzas pero no pensaban en abandonar la búsqueda.
Mientras miraban las noticias en televisión se sorprendieron que hablaban de niños desaparecidos que fueron vistos en África, concretamente en Somalia. Esta vez no quisieron esperar, compraron los pasajes de forma ilegal para poder salir dos días después.
Al llegar, alguien les informó de que una tribu llamada “Tunni” sabía algo sobre niños blancos secuestrados. Para que hablaran con ellos abiertamente, los padres tuvieron que aprender rituales y tradiciones. Después de varios días entre ellos, tenían la certeza de que Ángel no pasó por este lugar.
Cuando definitivamente decidieron marcharse a su hogar, una visita cambió todo.
—¿Ustedes están buscando a un chico joven, verdad?
—Sí, sabe usted algo de mi hijo Ángel?
—Hace un tiempo, un experto en naturaleza japonés estuvo aquí. Cuando se marchó, pude ver con mis propios ojos que en el avión también viajaba un chico, por su aspecto era fácilmente deducible que era de habla hispana.
—¿Quién era ese hombre? Dame un nombre…
—Se llamaba Hiroki, muy conocido en Japón.
—¿En qué lugar de Japón lo podré encontrar?
—Trabaja en un laboratorio de Kioto, es uno de los cargos más importantes.
—Alejandro, vámonos a casa, toda nuestra plata y la de los amigos la estamos gastando buscando un fantasma que nunca aparece —lamentó la madre.
—María, solo te pido una última oportunidad, esta vez parece ser que si lo vieron.
—De acuerdo, si en Japón no lo encontramos, nos marcharemos a casa y rezaremos para que Ángel se encuentre vivo en algún lugar del mundo.
—De acuerdo María, te lo prometo.
Después de todas las trabas burocráticas posibles, estaban ya llegando al aeropuerto Osaka Itami. Ya no les sorprendían las magnitudes de los aeropuertos.
Ese hombre era una persona importante en Japón, en todos los canales de televisión hablaban de él por un descubrimiento que acababa de hacer. Después de hablar con con diferentes personas, consiguieron una entrevista con el señor Hiroki.
—¿Qué desean de mí? —preguntó el japonés.
—Creemos que usted tiene a nuestro hijo —habló María.
—Eso es imposible. Yo tengo tres hijos, Hayate, Akiro y Lucas. Este último lo recogí en Sudamérica porque fallecieron sus padres.
—Por favor, hagamos la prueba de ADN, necesitamos estar seguros.
—Ya les digo que lo adopté a cambio de algún dinero que me pidieron para el entierro de los padres.
—Se lo suplico —pidió María llorando.
—Si consiguen permiso para realizar dicha prueba, la realizaremos.
Muchos kilómetros andando de un estamento oficial a otro, de cónsul a altos cargos de todo el país, al fin consiguieron algo muy difícil en el país nipón. Tenían el permiso para realizar las pruebas, se pusieron en contacto con el señor Hiroki.
—Ya tenemos el documento que nos autoriza a realizar la prueba, ¿podemos ver al chico antes?
—No, eso no, cuando estén los resultados veremos si tienen razón o no.
Después de esperar ansiosamente los resultados, llegó el momento de la verdad.
Un juez leyó el resultado:
—De acuerdo con el resultado de las pruebas de ADN realizadas al chico de nombre Lucas…
—¡No se llama Lucas, se llama Ángel! —interrumpió la madre.
—Déjeme acabar, señora —pidió el juez—como decía, en vista de los resultados de las pruebas, puedo confirmar y confirmo, que el muchacho llamado Lucas, según la documentación aportada por el señor Hiroki, es hijo de Alejandro y María al 100% de posibilidades.
Los padres se pusieron a llorar de alegría. Mucho tiempo buscándolo y al final lo encontraron.
Mientras los padres lloraban y gritaban sin control, el señor Hiroki se fue al lavabo.
El sonido de un disparo sonó en toda la sala a pesar del jolgorio de los presentes. No pudo resistir la vergüenza que significaría para él que lo acusaran de comprar al chico.
Tres días después, mientras tres personas (Alejandro, Maria y Ángel) viajaban a su país, era enterrado el señor Hiroki. Curiosamente, su nombre significaba Gran Fuerza.