La justicia de Dios

2023-02-06T16:33:17+01:0006/02/2023|

Juan era una persona rica, increíblemente rica. Heredó de una persona lejana muchísimo dinero; tantó heredo que pudo dejar de trabajar muy joven, no tendría más de 35 años. Trabajaba en una fábrica junto a su hermano Pedro, el mismo día que vio el dinero ya a su nombre habló con su jefe y le pidió que lo despidiera para poder cobrar el paro.

—¿Por qué quiere dejar de trabajar con nosotros? —preguntó el jefe.

—Sufro alucinaciones, tendré que coger la baja —le mintió.

El jefe, ante la perspectiva que veía, decidió acceder y lo despidió, dándole el finiquito correspondiente.

Su hermano Pedro le preguntó:

—¿Pero por qué dejas el trabajo?

—No tengo fuerzas para continuar —volvió a mentir a su propio hermano.

Llegó a su casa y se puso a mirar los extractos del banco; tenía mucho dinero, debía tener cuidado que no se enterara nadie porque le pedirían préstamos y no se lo devolverían.

Era como el tío Gilito, diariamente miraba los números de su cuenta.

Fueron pasando los años y su fortuna fue creciendo, aunque no lo disfrutaba para que nadie se enterara de que era rico. Su hermano Pedro, en cambio, estaba físicamente muy mal, tenía todo el cuerpo dolorido de los esfuerzos en el trabajo. Juan no se llegó a casar, la novia que tenía la dejó cuando le llegó el dinero. Su hermano, en cambio, fundó una familia y tuvo dos hijos.

Los hijos de Pedro fueron creciendo, nunca tuvieron un regalo de su tío; siempre decía que no les podía regalar nada porque al no cobrar nada, prácticamente vivía de la caridad.

Un día, Pedro reunió a su esposa y sus hijos.

—Como sabéis, el tío Juan está pasando por estrecheces económicas, estoy pensando que el terreno que tenemos lo vamos a vender y lo que nos den dárselo a él, que pueda tirar un poco mejor, ¿qué os parece?

—No vamos sobrados, pero está bien, hay que ayudar a tu hermano —contestó la esposa.

El fin de semana que Juan fue a comer a casa de Pedro, como hacía muchas veces desde que dejó de trabajar, fue el momento.

—Juan, sabemos que económicamente estás mal, la familia ha decidido vender un terreno que teníamos y ese dinero será para ti, que puedas respirar un poco.

Acabada la frase, Pedro le entregó un sobre con unos cuantos miles de euros a su hermano.

—Gracias Pedro, lo necesito, os estoy muy agradecido por el gesto.

Cogió el sobre y se lo guardó en el bolsillo del pantalón, sentándose a la mesa para degustar la comida del día.

A pesar del dinero que le dio su hermano, Juan continuo con su rol de no gastar para que nadie supiera lo que tenía.

Un jueves, en la lotería primitiva se percató de que tenía los 6 aciertos, más de dos millones de euros. Se encerró en su casa y no se lo explicó a nadie. El tiempo fue pasando y acumulando más riqueza gastando lo mínimo.

Pasaron varios años del gesto de Pedro con su hermano, tuvo que ir al médico por sus dolores, el diagnóstico fue cruel.

—Tienes una enfermedad degenerativa, avanzará muy rápidamente, disfruta lo que puedas con los tuyos que no te queda mucho.

El doctor fue cruel, pero era la realidad.

—¿No hay ninguna posibilidad de salir de esto doctor? —preguntó el hijo.

—Solo una, el doctor Henry de Estados Unidos es el único que puede hacer esa intervención quirúrgica que le daría unos años más de vida.

—¿Cómo podemos hablar con ese doctor?

—Ya hablé yo con él y la operación junto a la estancia en Estados Unidos asciende a cuatro cientos mil euros.

—Intentaremos conseguirlos —sentenció el hijo.

El hijo de Pedro habló con los bancos y ninguno le dio esperanzas de conseguir el dinero. Estaba desesperado, el día anterior de volver a ver el doctor, habló con su tío y le explicó todo.

—Es una pena si le pasa algo a mi hermano, tan buena persona como es.

—Si, tío, no podemos vender la casa porque está hipotecada. ¡No quiero que muera mi padre! —gritó el hijo roto de dolor.

—No te preocupes. Dios le ayudará.

Salió por la puerta con ojos llorosos, esto le superaba.

—Este seguro que sabe que tengo dinero y quieren sacármelo —pensó Juan.

La visita al doctor fue rápida, no tenían esperanzas, pocos casos como el suyo y ninguno sé salvo.

La semana siguiente, nueva visita con el médico, nuevas analíticas y más pruebas, tres horas después el médico convocó a la familia en su despacho.

—Es un milagro, la enfermedad va remitiendo. Si continúa de esta manera, en un mes estará bien totalmente.

La familia se reunió en la casa y llamaron al hermano de Pedro para darle la buena noticia.

Por el camino, Juan lo tenía claro.

“No piensen que les daré ni un euro, seguro que hoy me piden dinero”, iba pensando mientras caminaba para casa de su hermano. Con los pensamientos puestos en lo que le pedirían, no se dio cuenta de que el semáforo estaba rojo para los peatones, el conductor del autobús no pudo frenar, la muerte fue instantánea.

En el funeral, los llantos de la familia fueron muchos. Despidieron a Juan con la tristeza lógica del momento, la sorpresa llegó varios meses después cuando llamaron a la familia desde el notario.

—Su hermano no tenía testamento, usted es el único heredero, tendría que pasar para formalizar la aceptación de la herencia.

El día señalado, la familia acudió junto a Pedro para firmar.

—Supongo que el poco dinero que tendría será suficiente para pagar los gastos del funeral.

La sorpresa fue cuando el notario dio lectura de todos los documentos legales. A día de hoy nadie de la familia puede entender la actitud de Juan.

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