Historias y vivencias de un camarero en Calella (XIII)
Aquí estamos una semana más para continuar con las historias y vivencias de un camarero en Calella.
Continuamos en la Sala Mozart. Hoy toca sucesos…
Sí, contaré sucesos que pasé en la cafetería. Alguno divertido, otros no tanto.
Una noche, aproximadamente a las once, llega al bar un cliente (llamémosle Jesús). Jesús se acerca a la barra y pide una cerveza. Yo, viendo que estaba cargado, me negué.
—Buenas noches, una cerveza.
—No hay cerveza, vamos a cerrar.
—Hilario, ponme una cerveza que me la bebo de un trago y me voy.
—No Jesús, no te pongo nada porque ya vas cargado.
—Ponme una cerveza, me cago en Dios.
—No Jesús, ya te he dicho que no.
Después de un breve lapsus de tiempo, se acerca al final de la barra agarrándose a una estantería grande de chicles que teníamos.
—¿Me pones una cerveza o te tiro todo esto por los suelos?
Yo me dirijo por el interior de la barra hasta estar junto a él, poniendo mis manos en jarras.
—Tíralo si tienes huevos.
Él se queda pensativo ante mi amenazante presencia.
—¿Cuánto valen todos los chicles? —pregunta.
—Tres mil pesetas —le contesto.
Seriamente mete la mano en su bolsillo y comprueba que solo tenía 600 pesetas.
—Hoy no tengo, pero el día que tenga tres mil pesetas vengo y te lo tiro todo por el suelo.
Acabada esta frase se dio la vuelta y salió del local tranquilamente. Regresó muchas veces más, pero no se acordaba de lo sucedido.
Otras de las anécdotas con Jesús fue otro día que, otra vez pasado de alcohol, quería beber. Como siempre que sucede esto, yo le negué la consumición. Levantó un poco la voz, le dije que se callara y se marchara.
—No me callo y no me voy de aquí a ninguna parte.
—Venga Jesús, no la líes por favor.
—Que no me muevo.
—Mira, si no te vas llamaré a la policía.
—Llama a quien quieras, que no me voy.
Llamé a la policía, que en pocos minutos se personó en el local.
Cuando los vio entrar, él salió por la otra puerta. Le explico a la policía lo que pasaba mientras Jesús está mirando junto al coche patrulla. Salieron para hablar con él y él entró por la otra puerta, parecía una película de Benny Hills. Durante unos cinco minutos dando vueltas detrás de él, hasta que a uno de los policías se le ocurrió quedarse dentro de la cafetería mientras el otro lo perseguía, cuando entró al final lo pudieron parar. Una pequeña regañina y para casa, hasta los policías se reían del espectáculo que habían dado.
Continuemos. Otra noche (casi siempre suceden estas cosas por la noche) una persona conocida en Calella, por desgracia ya fallecida, estaba en su casa viendo tranquilamente un partido del Barça cuando sus padres le enviaron a buscar a su hermana que estaba en la cafetería tomando un café con un amigo. A él no le apetecía ir y dejar de ver el partido, pero ante la insistencia de sus padres accedió a ir con el consiguiente cabreo. Estaba tan enfadado que cuando llegó le gritó a su hermana que se tenía que marchar para casa ya.
Él salió de la cafetería y, viendo que no salía, cogió una taza grande y colocándose justo enfrente del bar la lanzó contra los cristales con tanta fuerza que atravesó dos. Lo divertido es que los cristales se rompieron como en los dibujos animados, dejando una forma redonda y sin caer ni un solo cristal al suelo. Durante bastantes años, la ventana de la cafetería era de cristal normal, se podía romper muy fácilmente (actualmente son blindados y no se pueden romper).
Durante mi estancia en el colegio tuve un compañero que se llamaba Raúl (nombre no real y desgraciadamente también fallecido). Este compi del cole tiró por malos caminos y varias veces estuvo en la cárcel. Cuando llevaba pocos años en la Sala Mozart, él tenía la fea costumbre de, con un cubo de basura de los grandes por la noche, destrozar el cristal, entrar a coger el tabaco (entonces no teníamos máquina) alguna botella de whisky y el bote del camarero. Casi siempre lo detenían por el gran ruido que producía al romper el cristal. Un día lo encontré por la calle.
—Raúl, oye tío, cuando entres a robar a la cafetería, no me jodas el bote.
—No sabía que estabas trabajando allí, tranquilo que lo tendré en cuenta.
Las siguientes veces que entró el bote no lo toco, prefirió coger un taco de jamón. Prosigamos, esta vez no será nada agradable por el final.
Una tarde, mientras jugaban a cartas, uno de ellos se empezó a encontrar mal. Pidió un Cacaolat templado. A pesar de no encontrarse del todo bien, continuo jugando.
Los compañeros vieron como se le caía la cabeza hacia el pecho, al mismo tiempo que las cartas caían también al suelo. La persona era muy conocida en Calella, respiraba con mucha dificultad y no respondía a ninguna señal.
Rápidamente, se llamó una ambulancia que llegó en pocos minutos, los sanitarios lo pusieron en el suelo para poder maniobrar fácilmente. Pedimos a los clientes que abandonaran el local ante la gravedad de la situación.
La entrada del cine prosiguió con normalidad, porque el pasillo está separado de la cafetería.
Lo asombroso es hasta donde llega el morbo de las personas, los sanitarios pusieron un biombo para que desde la calle no se pudiera ver el cuerpo de esa persona. Los que conocían la casa, que prácticamente es todo el mundo, avanzaban por el pasillo de entrada al cine y desde la ventana poder ver a la persona fallecida. Desde que dieron por fallecida a esa persona hasta que vino el juez a ordenar el levantamiento del cadáver pasaron unas cuantas horas, que no paró de pasar gente para curiosear.
Continuemos con el último suceso por hoy.
Cerca de la ventana tenemos cuatro mesas, un hombre respira con dificultad y se sienta en una de ellas, la que estaba más apartada.
—¿Me puedes dar un agua natural? —tenía la cara muy pálida.
—¿Se encuentra bien? —pregunté.
—No mucho, a ver si tomando agua me animo.
Le acerqué la botella de agua y no pudo ni cogerla, se desmayó.
Rápidamente llamé una ambulancia, que no fue precisamente rápida. No por ellos, tardaron más porque, por entonces, la calle Iglesia se cortaba con una barrera cerrada con un candado. Tuvieron que esperar a la policía para poder entrar con la ambulancia. Los sanitarios con el médico cogieron la camilla y el desfibrilador con todos los bártulos a la espalda para llegar lo antes posible.
Efectivamente, el médico confirmó que era una angina de pecho con toda seguridad, empezaron su actuación para salvar la vida de esa persona.
Mientras eso sucedía en una parte de la cafetería, a cinco metros escasos se sienta una familia, con niños incluidos. No pasó ni un minuto desde su entrada, viendo que yo no me acercaba a su mesa:
—Oye, ¿nadie atiende aquí?
Increíble, una persona se debatía entre la vida y la muerte y ellos querían tomar algo viendo el espectáculo.
—Lo siento, pero mientras estén los sanitarios con esa persona, no serviré nada a nadie.
—Pues si no nos atiendes nos tendremos que marchar.
Por primera vez creo que dejé de ser diplomático con un cliente.
—La puerta es muy grande y pueden salir todos a la vez, buenos días.
Me fui hacia los sanitarios por si necesitaban algo. Evidentemente se marcharon.
Un tiempo después, vino la persona que tuvo la angina de pecho a darme las gracias por llamar a la ambulancia tan rápido. Posiblemente gracias a eso salvo la vida, le explicaron en el hospital.
Aquí quiero dejar una reflexión, todos los camareros (otros sectores también) aparte de pasar el examen de manipulador de alimentos, tendríamos que pasar un pequeño curso de primeros auxilios, solo con que una vida se salvara, habría válido la pena. Es increíble lo impotente que te sientes ante una situación de estas y no saber como reaccionar, la semana que viene más y más divertidas.