Historias y vivencias de un camarero en Calella (VI)
Durante mi estancia en La Quadra vi muchas cosas, algunas no agradables, pero como dije en un capítulo anterior, es la noche.
Cuando regresaba a casa era bastante normal encontrarme a borrachos por las aceras, vomitando y chillando (parece que solo es en la actualidad, lo que pasa es que entonces el turista gastaba mucho más).
En aquellos años empezaron a introducirse las máquinas tragaperras en los locales. Sucedió una cosa curiosa: tantas máquinas con monedas de 5 y 25 pesetas de repente por todas partes, pasó lo que tenía que pasar, no se encontraban monedas de ese tipo ni en los bancos ni en cajas de ahorro. El dueño de un establecimiento me ofrecía el diez por ciento de todo el cambio que le llevase, él me daba mil pesetas y yo le devolvía 900. Sabía por donde moverme y tenía la gran suerte que las monedas del bote las guardaba en una gran lata.
En el plan estudios continuaba flojo. Un suceso nos dejó en shock a todo el colegio: un fin de semana, un grupo de jóvenes entró en las aulas y, arropados por la oscuridad de la noche, quemaron libros, rompieron cristales y en la cocina tiraron huevos contra la pared para firmar como Dalí. Los autores fueron descubiertos y el consejo escolar los expulsó por un mes (obviamente pertenecían al colegio).
Unos días después, yo tuve un pequeño encontronazo con otro chico en el colegio, le esperé a la salida y tuvimos una pelea (en realidad solo fue un puñetazo en sus narices). Aunque sucedió fuera del recinto escolar, el consejo escolar propuso mi expulsión por 15 días, ante mi alegación que fue fuera del recinto y cara a cara me condonaron el castigo (no era muy lógico que unos por destrozar un colegio los expulsaran un mes, aunque sus padres pagaran los desperfectos y yo por un puñetazo me quisieran expulsar por quince días).
Los de mi curso fuimos los pioneros en manifestarnos y hacer una huelga. Era nuestro último curso escolar. Desde el comienzo de la escuela, nuestro tutor fue el Sr. Babures y por no sé qué movimiento de profesores, nos adjudicaron a un maestro que venía de Salamanca. Nosotros queríamos acabar con él primero y no nos lo permitieron. Este profesor lo vimos llorar pensando que teníamos algo contra él; nada más lejos de nuestro pensamiento. Como desagravio, al llegar Navidades entre todos los alumnos le hicimos la panera más grande que se recuerda en un colegio, lo hicimos volver a llorar (era de lágrima fácil, por lo visto).
Decidimos hacer una manifestación con la correspondiente sentada en la pista de futbol, toda la clase sentada en el suelo, nadie entró al colegio.
El profesor llamado José María (muy conocido en Calella) subió lentamente hasta la pista, se colocó en el centro y se dirigió a nosotros.
—¿Saben que les podemos expulsar temporalmente a todos?
Uno de los más atrevidos contestó:
—No creo que expulsen a toda la clase por algo lógico como lo que estamos pidiendo.
—No una, podíamos expulsar a todas las clases por su comportamiento.
En un acto de democracia total se dirigió a su hijo (era uno de los alumnos):
—Luis, baja para las clases ahora mismo.
Luis, un poco por temor a su padre supongo, agachó la cabeza y desfiló con destino a las aulas. Sus amigos (los empollones) desfilaron detrás de él.
Cuando ya éramos seis menos, se dirigió de nuevo a nosotros para democráticamente advertirnos:
—Si en cinco minutos no están en clase, subiré otra vez a esta pista y repartiré hostias a todos los que estén aquí.
La estampida de la película “El rey León” fue cosa de niños, aquello parecía una carrera para ver quien llegaba primero. Se demostró que no necesitas antidisturbios para disolver una manifestación.
Otro profesor que también me dejó huella, este fue al principio de mis estudios, fue el Sr. Montañola, tenía maestría con la regla.
En el plano laboral continuaba en La Quadra aprendiendo cosas, algunas buenas, otras no tanto.
Otro recuerdo es que cuando se acababa el servicio, los camareros junto con José, al principio en un Mini y después en un Citroën CX palas, acabábamos viendo amanecer en el restaurante Can Feliu de Santa Susana, que no cerraba en toda la noche. También en el Be, que tampoco cerraba en las 24 horas.
Con 15 años yo era todavía muy ingenuo (creo que todavía lo soy). Una madrugada, en lugar de ir a cenar nos fuimos a Canet, celebraban el Canet Rock. Cuando caminábamos entre las tiendas de campaña con gente amando libremente, varias veces se me acercaba alguien para pedirme un cigarrillo, yo le ofrecía de mi paquete (yo fumaba Ducados) y me lo rechazaban. Al final, todos me pedían un cigarro rubio. Ingenuo de mí pensaba: “jolín, pobres y delicados”, después ya fui ligando cabos y encontré el porqué rompían el cigarro y quemaban algo para mezclarlo con el tabaco.
En mi vida he tenido amigos que desgraciadamente se engancharon a la droga. De ellos, cuatro están bajo tierra, en aquellos tiempos no sabíamos las consecuencias. Ahora están súper informados y desgraciadamente siguen cayendo.
La semana que viene continuaremos con más.