Una Navidad en llamas
El 25 de diciembre de hace muchos años, como en casi todas las casas, hay cena familiar, pero este año no sería una cena como cada año para María. Tenia que ir a cenar a casa de su tía Joaquina, sus padres ya estaban adelantados en casa de la hermana de su madre. Joaquina era una anfitriona excepcional, por eso a María le gustaba ir a cenar por los manjares que ponía en la mesa su tía.
Ese año sería especial porque el hijo de unos vecinos también cenaba con la familia -sus padres tuvieron que salir de viaje a Holanda por el fallecimiento de un amigo íntimo-. El chico se llamaba Tomás.
Tomás tenía la misma edad que María. Se conocían del colegio, pero nunca hablaban por timidez de los dos. Él era moreno y muy guapo según María.
Empezaron a comer, el pica pica clásico de las fiestas, a continuación pasaron al primer plato que era cordero, ya que por la zona donde vivían María y Tomás es muy tradicional el cordero para esa noche, y entre el plato de cordero y las gambas y el marisco que tenían de segundo se bebía vino tinto para el cordero y vino blanco para el marisco.
En un momento, mientras esperaban a los postres, la tía Joaquina le dijo a María:
“¿Por qué no te acercas con Tomás a casa de los Anafre (eran una pareja mayor que vivían solos tres calles hacia el norte del pueblo, en las afueras) y que se vengan con nosotros a los postres? María miro a Tomás, quién con la mirada le dio a entender que no tenia ningún problema en acercarse.
Por el camino, María y Tomás fueron charlando; hablaron mas en ese rato que en todos los años de vecinos. La casa de los Anafre ya se veía, pero algo no era normal: se veía mucha claridad en la casa. Aceleraron el paso y cuando estaban cerca vieron fuego en el interior de la vivienda. Hacía poco que había empezado, porque no era muy grande. Tomás empezó a patear la puerta hasta que logro tumbarla. La pierna le dolía de la cantidad de patadas que tuvo que dar. Dentro vieron a los Anafre, inconscientes en la mesa de la cocina.
Tomás mojó un jersey con mucha agua y se lo puso en la boca, se tumbó en el suelo y se arrastró hasta llegar donde estaban los Anafre, Pilar y Anselmo. Cogió a Pilar i consiguió arrastrarla junto a María. Volvió a entrar y sacó también a Anselmo. Al pasar junto a las cortinas, cuando arrastraba a Anselmo, le cayó la barra de las cortinas encima, quemándole la espalda.
Una vez estuvieron todos a salvo, María corrió a buscar ayuda, a los padres de María y a todos los familiares que estaban en la cena , más la mayoría de vecinos que se dieron cuenta de lo que pasaba, que corrieron a ayudar e intentar apagar el fuego.
Una ambulancia se llevó a Tomás en compañía del padre de María. Las quemadas eran profundas, pero no peligraba su vida. Tomás estuvo ingresado tres meses y medio en el hospital de la capital y María acudía cada semana dos o tres veces a visitarlo. Hablando, María le preguntó a Tomás si no pasó miedo y él le contesto que no, que las fuerzas que le faltaban cuando estaba dentro de la casa y quemándose la espalda las consiguió pensando en la chica que estaba sufriendo en la calle.
María se puso roja y le pregunto qué quería decir y Tomás le dijo que estaba enamorado de ella y que si no le importaba vivir el resto de su vida con una persona un poco quemada, le gustaría intentar algo con ella. María empezó a llorar y le dijo que por supuesto que no le importaban las quemaduras y la pequeña deformación que le quedó en la pierna.
A día de hoy, siguen juntos y felices con sus tres hijos, y por las playas de Calella y Pineda se puede ver a esa pareja bañándose y paseando. A Tomás enseguida se le reconoce por las quemaduras en la espalda y la deformación de la pierna, recuerdo de un 25 de diciembre que nunca olvidará. A María no la distinguimos de cualquier otra mujer de su edad, solo por su elegancia y educación, algo que heredó de sus padres. A veces, los niños en la playa se asustan un poco de Tomás por sus quemaduras, pero cuando hablan con él se relajan porque es un hombre que inspira confianza a niños y mayores.