Historias y vivencias de un camarero en Calella

2022-09-19T08:57:17+01:0019/09/2022|

Aquí empiezo una serie de historias y vivencias de un camarero en Calella. Empecé a trabajar de esto hace muchos años, de lo primero que recuerdo fue en los 70, aproximadamente.

Lugar: un chiringuito de la playa de los de antes, los auténticos, todo de cristales y madera, muchas veces solo aglomerado, pero que resistían un verano tras otro. Yo tendría unos doce años, no más. Mi padre, el Sr. Hilario, era el encargado de las hamacas y los parasoles del establecimiento, había unas cien sillas y veinticinco parasoles, aunque al final del día casi duplicaba los alquileres. Eran muchos los extranjeros que venían por la mañana y no regresaban por la tarde. Al dejar el ticket de las hamacas, mi padre tenía de alguna manera el permiso para volver a alquilarla (se me olvidó dar el nombre del chiringuito, el nombre era Pekín, cerca de la Riera Capaspre).

Cuando yo empezaba las “merecidas“ vacaciones del colegio, mi madre me enviaba de buena mañana con mi padre a la playa. Estaba moreno a tope, varios días enredando por la cafetería e intentando ayudar a mi padre fueron suficientes para que el dueño del chiringuito se fijara en mí.

—Niño, tú pareces un poco espabilado, ¿quieres trabajar aquí?

—No se, tengo que preguntar a mis padres.

Salí corriendo hacia donde estaba mi padre y con el corazón latiendo fuerte le expliqué a mi progenitor lo sucedido con el jefe, el Sr. Fernando. Un hombre de mucho peso, no solo por sus cargos, entre ellos jefe de la sección local de la Cruz Roja, también por lo que pesaba.

Su encantadora esposa Sra. Paquita, su sobrina Nati y el esposo de esta.

—¿Y tú qué dices, te ves preparado para trabajar? Tendrás que venir todos los días y obedecer todo lo que te ordenen sin rechistar —me comentó mi padre.

—Si, yo quiero trabajar para ayudar en la casa.

—Bueno, vamos a hablar con el jefe. Te diré un secreto, yo ya lo sabía. Me lo comentó esta mañana y le dije que te lo preguntara a ti, a ver que decías.

Como ellos ya habían hablado, yo solo tuve que escuchar cuál era mi trabajo: fregavasos, la parte que más me gustó es cuando dijo el Sr. Fernando:

—Ganarás 3000 pesetas y lo que hagas de propinas. Estas cinco mesas del paseo te encargaras tú de mantenerlas limpias, igual que el jardín. Si a la gente le gusta, te dejarán buenas propinas.

A mí me pareció un mundo todo esto. Tenía trabajo, podría ayudar a la familia y lo más importante, una responsabilidad: mantener limpio y ordenado el jardín que daba al paseo. La verdad, al principio fue decepcionante, nadie se sentaba en aquellas mesas a pesar de que cada 15 o 20 minutos les limpiaba el polvo del camino del paseo. Al pasar algunos coches lo dejaban igual. Las que si lo agradecieron fueron las plantas, cada día recibían su ración de agua, nunca las vi tan alegres y coloridas. Creo que su nombre era Dondiego de noche. Diferentes colores alegraban el pequeño jardín, mis mesas vacías y la terraza de la playa a tope. Qué injusticia, pensaba para mí. Estaba tan bien regado el jardín que justo en el final empezaron a crecer varias sandias. Alguien tiró un trozo de sandía y las semillas agarraron. Pasado un tiempo, recogí las tres sandías. La verdad es que la calidad no era para estar orgulloso, pero lo que cuenta es la intención y el esfuerzo que puse para que crecieran, me sentí feliz de sacarlas adelante.

Algo cambió en mitad de verano. Una ordenanza municipal impedía pasar coches a partir de cierta hora por el lateral del paseo. Mis mesas ya eran más solicitadas, se me acumulaba el trabajo, la pica de fregar no la podía desatender y los clientes eran muy importantes.

Las propinas empezaban a caer, cada peseta que me daban me infundía un poco más de fuerza para seguir adelante. El boom llegó en agosto, los clientes habituales de fin de semana, casi todos residentes en Barcelona, les pareció un lugar muy bueno para comerse la paella del domingo. Los camareros intentaron ser ellos los que sirvieran esas mesas, pero la respuesta del jefe fue tajante.

—El niño cuida y limpia el jardín y las mesas, además de estar siempre atento a ellas, cosa que vosotros no hacéis. Él se encargara de servirlos.

—Si es un niño, ¿no ve jefe que la liará?

—Es un niño, pero responsable y él lo hará bien, estoy seguro.

Juntaba dos o tres mesas preparando todo lo necesario bajo el control del Sr. Fernando, al final una mesa de refuerzo para dejar la paella en ella y que se pudieran servir ellos. Los camareros oficiales no paraban de observar y a pesar de mi corta edad y experiencia lo saqué adelante.

Los camareros me llamaron al final de la jornada. Como ellos eran los encargados de cobrar, me dieron la correspondiente propina orden del jefe y me ofrecieron otro trabajo. En aquellos tiempos, toda la bebida era en botellas retornables. Al final del día se encontraban con 12 o 14 cubos de los de basura grandes llenos de botellas para colocar en sus cajas correspondientes y ellos, muy cansados del trabajo, me ofrecieron 100 pesetas por colocárselas y limpiar la zona donde se colocaban. Indudablemente, yo acepté, todo lo que fuera ganar algo de dinero me parecía interesante.

De momento lo dejo aquí, el próximo capítulo más historias y vivencias reales de un camarero (bueno, aprendiz) en Calella. Hay muchas historias, espero que os guste un poco la regresión al buen turismo en este encantador pueblo. Os espero la semana que viene con más y espero que interesantes y divertidas historias de mi vida laboral y social.

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