Vacaciones de verano
Como cada año, mis padres preparaban el viaje familiar, siempre la misma historia.
—¿Dónde vamos de vacaciones?
—Yo este año quiero algo diferente —replicaba mamá. Esta vez seria diferente, seguro.
El trabajo de mi padre bajó mucho y mi madre, que limpiaba casas, también perdió muchas de ellas. De todas maneras, querían salir de vacaciones un par de semanas para desconectar de la rutina.
Con mi ordenador se conectaban a internet, buscando el precio más barato. Todo estaba muy caro a pesar de la crisis, la gente quería salir de vacaciones. Después de mucho mirar, quedaron tres para elegir:
1º Apartamento cerca del mar, precio 1.500 € las dos semanas.
2º Hotel de una estrella, solo desayuno, 1.800 €.
3º Casa en pueblo de montaña, todo rural, 150 €.
El precio de la casa estaba súper barato, les daba miedo a mis padres que fuera una casa en ruinas.
Miraron las fotos en diversos portales y la casa se veía de pueblo, pero estaba toda amueblada, la deliberación fue rápida.
Al pueblo.
El pueblo se llamaba Salcochan. Según contaban, tenía 14 vecinos, aunque la mayoría ya no estaban, se marchaban a aldeas cercanas con más vecinos y servicios.
El día de la partida estaba bastante nervioso, al fin unas vacaciones diferentes. No tendría muchos compañeros de juego (en realidad, ninguno).
Salimos de noche, a mi padre le gusta conducir sin los rayos de sol. Yo me coloqué auriculares y me puse a escuchar música. Fue por un corto espacio de tiempo, el sueño me hizo abandonar cualquier pensamiento y caer en los brazos de Morfeo.
No sé el tiempo que dormí, un bache en el camino me despertó. Me sorprendió que una ligera lluvia golpeaba en los cristales, estábamos en agosto y llovía. Seguro que fuera del coche la temperatura era más agradable que cuando salimos. Todavía no habíamos llegado al pueblo, el camino por el que circulábamos me dio a entender que no faltaba mucho, a ambos lados del coche solo se veían campos y muchos árboles.
Me entretenía mirando la oscuridad, solo me distraía cuando algún árbol pasaba cerca del auto. Junto a uno de ellos pude divisar con meridiana claridad una figura humana.
Me extrañó mucho el ropaje que llevaba puesto: pleno verano y estaba con una chaqueta de pana, pantalones marrones también de pana, y una gorra. Aunque lloviera un poco, ¿qué hacía un hombre vestido de esa manera en agosto?
—Papa, mama, ¿habéis visto el señor junto al árbol?
—Tú estás soñando, quien va a estar en medio de la nada y lloviendo —contestó mi padre.
—Será tu imaginación hijo, nosotros no vimos a nadie —replicó mi madre.
Me giré intentando volver a verlo, ya estábamos lejos del lugar y me fue imposible visionarlo nuevamente.
El letrero de la carretera indicaba que ya estábamos en el pueblo. No se diferenciaba gran cosa de lo pasado, solo alguna casa medio en ruinas que no tenían moradores. Al pasar junto a una de las casas volví a ver la figura del hombre.
—Mirad, mirad, ahí está —grité señalando un punto concreto.
Mi madre se pudo girar para mirar en la dirección que señalaba.
—No veo a nadie hijo, tú ves visiones jajaja —se rio mi madre.
Al fin llegamos a la casa. Por fuera se veía bastante bien, pintada de blanco como la mayoría. Por supuesto no vimos ningún habitante más. Las llaves estaban en un pequeño buzón con contraseña, la cogió mi padre y procedió a abrir la puerta.
Chirrió como en las películas, se notaba que hacía mucho tiempo que nadie vivía en ella. A pesar de ello, estaba limpia y ordenada.
Los móviles dejaron de funcionar hace bastante, la cobertura era nula (serán 15 días muy largos). Otra cosa que me sorprendió: tampoco había televisión, cualquier cosa de tecnología no servía para nada, en este pueblo.
Durante el día dimos varias vueltas por los alrededores, ya paró de llover, por suerte, aunque el cielo continuaba gris plomizo.
Mama preparó algo para comer, casi 24 horas en el pueblo y ninguna señal de otros vecinos. Se acercaba la noche y mi madre seguía con su rutina en la cocina, preparando algo para cenar. Ver como cocinaba con leña me hizo mucha gracia.
—Salgo a la puerta a tomar el fresco mientras terminas, mama.
Salí a la calle, prácticamente no se veían estrellas en el cielo, las espesas nubes no te dejaban ver nada más. Miré en la dirección que llegamos con el coche, la figura del hombre estaba en medio de la calle. Empezó a caminar lentamente en mi dirección.
Me quedé totalmente bloqueado y sin voz, no pude llamar a mis padres, no pude moverme, era como una estatua de sal. La figura se acercó a mí, pude ver su rostro, lo tenía totalmente desfigurado con varias cicatrices, le faltaban varios dedos de la mano derecha.
Quise correr, pero no pude.
Quise chillar, pero no pude.
Cuando llegó frente a mí, me señaló con el dedo índice de la mano izquierda y con voz grave dijo:
—Marcharos, largaros de aquí antes de media noche.
Se giró y se alejó en la dirección que llegó. Pasaron varios minutos y al fin pude reaccionar, entré corriendo dentro de la casa llamando a mis padres.
—Papa, mama, tenemos que marcharnos ahora mismo.
—¿Qué dices hijo? No llevamos ni un día, no nos podemos marchar, perderíamos el dinero.
—Tenemos que irnos antes de las 12 —gemía yo mientras intentaba hablar claramente.
Eran las 10:30 de la noche, mis padres hablaron largo sobre la posibilidad de marcharnos.
—Nos quedamos hijo, si es por no tener internet, me parece una broma de mal gusto.
Les expliqué lo que pasó, se asombraron. El tiempo continuaba avanzando, las 11 de la noche en el reloj de pulsera de mi padre.
Al ver mi estado de ansiedad y nerviosismo, decidieron que nos marcharíamos, teníamos que recoger nuestras cosas y abandonar el pueblo.
Mi madre poco a poco recogía nuestra ropa para ponerla bien doblada en la maleta, yo preso de mi nerviosismo le grité.
—Mama, date prisa, son las 11:30 y tenemos que estar fuera de aquí antes de las 12.
A las 11:50 arrancó el coche dirección a nuestro hogar.
Cinco minutos después, al pasar junto al árbol donde vi por primera vez la figura, allí estaba otra vez. Esta vez con una mueca que parecía una sonrisa en el desfigurado rostro, mientras con la mano que tenía todos sus dedos me decía adiós.
No le dije nada a mis padres, yo también con mi mano me despedí de él. Por unos segundos pude ver unas lágrimas salir de sus ojos. A las 12 en punto estábamos fuera del pueblo.
Papa decidió al final parar en Zaragoza, pasamos la noche en un hotel.
Por la mañana, las noticias locales daban la historia de una casa que se derrumbó a las 12 de la noche en un pueblo cercano.
Solamente falleció el dueño de ella, acompañado de una foto del fallecido.
Era él.
Mis padres se abrazaron juntos conmigo, llorando. No sé el motivo, pero gracias a él salvamos la vida.