Bus 245

2022-06-13T16:57:08+01:0013/06/2022|

Entré por una de las puertas de la estación de autobuses, había mucha gente: unos esperando que partiera su bus, otros esperando a alguno que regresaba a la ciudad. Era muy curioso ver el tipo de personas que esperan, no sueles ver gente elegante, la mayoría somos gente normal que elegimos este medio de transporte por su precio, es más económico que el resto.

Después de media hora esperando, en los paneles pusieron el número de mi transporte. BUS: 245. DESTINO: Ayamonte, Huelva. HORA:18:30. ESTACIONADO: Parada 13.

Bueno, ya sabía donde montarme, el número de parada no me hizo mucha gracia. Aunque no soy muy supersticioso.

Fuimos subiendo todos los pasajeros tranquilamente, a mí me tocó una chica un poco obesa, y yo que también lo soy, sería un viaje un poco incómodo para los dos.

Una fila más adelante estaba sentada una pareja, que por todos los arrumacos que se deparaban eran recién casados o hacía poco tiempo que eran pareja.

Justo detrás del conductor, un hombre bastante dejado en su aspecto físico y con la ropa muy sucia, también una madre con su hijo de corta edad, unos jóvenes bulliciosos en la parte trasera, todo el autobús lleno.

Según mis cálculos, eran 17 horas de viaje y con huelga en las estaciones de servicio. Todo cerrado, surtidores, cafeterías y tiendas.

Uno de los conductores nos dio la bienvenida.

—Buenas tardes, son las seis y media. En unos segundos emprenderemos la marcha, no podremos parar en ninguna gasolinera porque están todas cerradas por la huelga, esperemos que no surja ningún problema más durante el trayecto, gracias por viajar con nosotros.

El billete del bus era barato, solo 20 €, pero estaba en buenas condiciones a pesar de los años que parecía tener.

Llevábamos más de dos horas de viaje y empezó el primer contratiempo. Alguna persona necesitaba ir al baño, cosa totalmente imposible en el autobús. El conductor pidió un poco de paciencia, que más adelante saldríamos de la carretera y nos desviaríamos por una regional, donde podría parar unos momentos.

Ese ratito se transformó en horas, tanto que yo me quedé dormido. Noté un frenazo y que nos deteníamos en medio de la nada, una vieja carretera, rodeados por árboles y matorrales. Todos los pasajeros fueron bajando para poder hacer sus necesidades. Miré el reloj y eran las dos de la mañana, noche cerrada y ni la luna nos acompañaba, todo oscuridad.

—Por favor no se alejen mucho, en diez minutos emprendemos la marcha —comentó uno de los chóferes antes de bajar también.

Nos fuimos desperdigando por la zona, los más atrevidos se introducían en el bosque, otros se alejaban lateralmente. En medio de la penumbra, sonó un grito desgarrador

—Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

Después silencio absoluto. Entre los árboles, la madre con el niño continuó buscando un lugar para hacer pipí ajena a todo, fue la última vez que la vimos.

Intenté localizar a alguno de los pasajeros, pero nada, no se veía nada, solo oscuridad y silencio.

Tengo que reconocer que sentí miedo, mucho miedo. Nadie de los casi cincuenta pasajeros contestaba. La luz del autobús también se apagó, la oscuridad era aún mayor. Intenté guiarme en la oscuridad en dirección al bus, tropecé con algo y di de bruces al suelo. Me incorporé y a tientas intenté ver con lo que tropecé. ¡¡¡Dios mío, era un cuerpo!!!

Ya no tenía miedo, ahora tenía pánico. Seguí mi camino mientras gritaba.

—¡¿Hola, alguien me escucha?!

Únicamente el silencio estaba presente. Seguí avanzando y más cuerpos entorpecían el camino. Todos estaban muertos, nadie contestaba a mis gritos y nadie más gritaba.

No sabía que hacer, hacia donde ir. A lo lejos se escuchaba el sonido de agua, seguramente un río, yo me sentía más seguro si conseguía llegar al camino donde paró el autobús y entrar en él.

Al fin vislumbré la silueta del transporte. Todo oscuridad. El motor parado. Ningún movimiento en los alrededores, volví a chillar fuertemente.

—¿Dónde estáis? ¿No hay nadie?

Nada, ninguna respuesta. Recordé que al bajar uno de los conductores se quedó al volante. Tenían orden de no abandonar el vehículo durante el trayecto.

Seguramente estaba dentro y no escuchaba mis gritos.

La puerta estaba abierta. Miré hacia el lugar del chófer. Qué horror, estaba con la cabeza apoyada en el volante con un gran corte en el cuello.

No sabía qué hacer. Pensé en esconderme entre los asientos, nadie me podría ver y cuando amaneciera podría pedir ayuda.

Cuando avancé hacia la parte trasera, una voz sonó fuertemente.

—Buenas noches, te estaba esperando.

Una linterna me alumbró a los ojos, impidiéndome ver quien era.

—Has tardado mucho, pensé que no volverías, jajajaja.

—¿Quién eres, que quieres?

La linterna ahora se dirigió a la cara del que la sostenía en su mano.

Con parsimonia, se iluminó su rostro. Era el hombre con ropaje sucio y desaliñado.

—¿Qué quieres, por qué lo has hecho? —pregunté.

—Hace tres años no me dejaron viajar en este autobús, me obligaron a bajar y, riéndose de mí, me dejaron en medio de un descampado como este. Juré que la siguiente vez que viajaría acabaría con todos los ocupantes y hoy es el día, solo quedas tú y será por poco tiempo —comentó mientras empuñaba un cuchillo de grandes dimensiones.

Fue lo último que dijo. Le golpeé con una piedra que encontré antes de subir al autobús. También murió. Al día siguiente la policía me encontró dormido y en los alrededores los casi cincuenta muertos.

La policía me interrogó una y otra vez. Era el único superviviente. Después de varios meses dejaron de molestarme.

Hoy estoy esperando el autobús con destino a Ayamonte otra vez, espero que esta vez sea más fácil y no tenga que usar tanta fuerza, acabé agotado.

 

Comparteix el contingut!

Go to Top