Yo no soy ese
“Voy a contar la experiencia de mi vida sobre mi identidad de género. Nací en 1961, por lo que en esa época la información era nula y cualquier referencia a la transexualidad estaba mal vista y asociada a la prostitución, al vicio y a la mala vida.
Lo primero que recuerdo es que me sentía rara a los 9 o 10 años, porque me sentía mejor con las amigas que con los amigos, mi afinidad con ellas era mayor. Los juegos de los chicos, aunque no los rechazaba, no me hacían sentir bien. Al poco tiempo, cuando mis amigas empezaron a cambiar y yo no, me preguntaba por qué, y cada noche al ir a dormir rogaba por despertarme por la mañana con algún cambio como el de ellas. Por la mañana solo había decepción, pero siempre había la esperanza que fuese mañana. Le quitaba ropa olvidada a mi madre y la escondía para vestirme a solas y me encantaba ponerme sus zapatillas de ballet a escondidas En aquellos tiempos, la masculinidad era algo que se inculcaba a los niños varones de una manera muy poco delicada. Era habitual que dijeran: no llores que pareces una niña, tienes menos fuerza que una niña, corres como una niña, eso es de niñas… y mil frases desafortunadas más, que a mí, más que ofenderme, me hacían sentir mejor, aunque tuviera que esconder ese sentimiento y tuviera que hacer el esfuerzo para parecer masculino.
A los 14 años tenía una vecina más o menos de mi edad que nos hicimos muy amigos y nos considerábamos novios. No había besos ni caricias, pero sí nos escondíamos para estar a solas y hablar. Para mí era una amiga intima y me gustaba más su compañía que la de los chicos. Eso también me confundía mucho, pero a esa edad tampoco sabía identificar cual era la razón. A los dos años, sus padres vendieron la casa y perdimos el contacto.
Yo seguía vistiéndome a escondidas, ahora ya con ropa de mi hermana 5 años menor. Mi madre me pilló unas cuantas veces pero hizo como si no viera nada y nunca me dijo nada.
A los 16 años conocí a otra chica y tuvimos un romance de adolescencia. Sus padres y toda su familia lo apoyaban, siempre estaba en su casa. Su madre nos dejaba a solas con excusas poco elaboradas, pero nunca hubo sexo porque yo me resistía, no me sentía a gusto haciendo el papel de varón. La relación duró hasta que me fui al servicio militar, entonces ella me propuso que deberíamos casarnos y yo no veía esa opción sensata sin haber acabado la carrera, sin trabajo estable y por la sensación de que algo no iba bien en mi vida y eso hizo que la relación acabase.
Al volver del servicio militar, encontré un buen trabajo y conocí a otra chica, que en realidad fue ella quien fue a por mí. Decía que lo que le gustaba de mí era que no era como los demás chicos, que tenía una sensibilidad diferente, y yo seguía con mis dudas, seguía vistiéndome a escondidas, ahora ya me compraba ropa con la excusa que era para la novia, ya tenía coche y debajo del asiento trasero llevaba un verdadero armario que usaba para ir a lugares apartados y solitarios para darme un paseo de noche. Tenía un sentimiento de culpa y de que algo no iba bien, pero no tenía información e incluso pensaba que era una parafilia, porque me sentía genial cuando me vestía, pero que eso iría desapareciendo con el tiempo. Después de 8 años de noviazgo nos casamos, ahora lo tenía más fácil para vestirme, aunque me seguía preocupando porque no desaparecía esa necesidad y me sintiera tan bien haciéndolo. En alguna ocasión también me pilló, pero lo disimulé con alguna excusa y ella no le dio mucha importancia.
En el año 96 apareció internet, encontré los chats y, después de conocerlos, vi que allí podía tener una identidad que me hiciera sentir tan bien como vistiéndome. Me autobauticé como Alicia y encontré un canal que se llamaba transgresión. Ese nombre llamó mi atención, entré y el recibimiento fue tal que se me saltaron las lágrimas. Me animaron a hablar y a contar mis dudas, me hicieron ver que no era ningún bicho raro, que había muchas personas con esa inquietud. Había en él una chica de mi edad y a la semana quedamos para vernos; después de hablar durante horas y contarnos nuestras vidas vimos que esto era algo más normal de lo que pensábamos.
Al mes se organizó una quedada y me fabriqué un viaje de trabajo en la empresa que estaba trabajando para poder ir y conocer a las personas con las que hablaba a diario en el canal. Se hizo en Madrid, me llevé la ropa que tenía y 4 cosméticos que malamente sabia usar, pero allí las chicas ya experimentadas me echaron una mano, y salí a la calle. A mi me pareció deslumbrante ir en grupo con ellas, con una emoción que jamás había sentido. Me sentía yo misma, libre, a gusto, sin la obligación de controlar mis gestos, esto no era un papel que representaba, era yo.
Al llegar a casa se lo conté a mi pareja. Primero se lo tomó mal porque lo entendió como que era gay, que travestirse estaba asociado a la prostitución y las drogas, que le había estado engañando en mis sentimientos hacia ella, pero lo estuvimos hablando y después de contarle un poco mis secretos, entendió que era otra cosa y la invité a venir a la siguiente reunión de Madrid. Allí conoció a las otras chicas y me confesó que había tenido la sensación de hablar como con amigas suyas, me animó a seguir saliendo con ellas, ya que eso me hacía feliz, pero que ella prefería no acompañarme para no coartarme.
Al poco tiempo, en mi ciudad hicimos un grupo y nos hicimos con un piso para poder tener la ropa, los enseres y cambiarnos sin que los vecinos de nuestras casas pudieran sospechar y salíamos muchas noches de fin de semana. Eso me hacía muy feliz, podía ser yo, salir normalmente a la calle y desarrollar lo que creía que era mi parte femenina.
Unos años después, el Hospital Clínico Universitario de Barcelona hizo un estudio sobre la transexualidad y pidieron voluntarios para hacerlo. Yo me presenté creyendo que me dirían que mi caso no era la transexualidad. El resultado fue duro aunque muy aclarador: yo era una mujer sin ninguna duda. Eso desordenaba toda mi vida y además tenía una pareja mujer, que amaba con locura, y que unos años antes por una enfermedad rara sufrió un trasplante de pulmones. Le enseñé el diagnostico, me dijo que lo suponía por mi forma de ser y me animó a seguir adelante, que su amor no cambiaría, pero yo me negué. Sabía lo dura que es la transición, sobre todo para las parejas por otras compañeras que pasaron por eso, y no quise que ella sufriera. Además, el sector en el que se englobaba mi trabajo era muy convencional y no habría tenido futuro, aunque eso a ella tampoco le parecía importante, me decía que solo era miedo. Pero yo me mantuve en mi decisión y seguí saliendo con las chicas como paliativo a la disforia, aunque ahora el sentimiento era ya diferente, salir unas horas para ser yo no me llenaba como antes, y fui dejando de salir poco a poco, encerrándome en mi misma.
Entré en Secondlife con mi nombre Alicia y allí solté mi personalidad pura, sin ningún condicionamiento como hacía en el chat, pero con la posibilidad de poder crear una vida alternativa. Me hice DJ, mi pasión, tuve bastante fama y mucha amigas, fue algo que me dio un poco de vida, me sentía como una más, querida y como yo misma. Mi pareja estaba contenta que estuviera feliz y me ayudaba muchas veces, pero seguía diciéndome que empezara con la transición o no sería nunca feliz, a lo que yo continuaba negándome porque no lo veía justo para ella.
En 2010 mi pareja murió a consecuencia de la enfermedad. Mi vida se desmoronó totalmente, así que unos meses más tarde me fui al psicólogo, que en dos sesiones me diagnosticó disforia de género sin ninguna duda. Empecé el tratamiento hormonal, pero solo para mi, por los problemas laborales que me provocaría el salir del armario. Llevo casi 8 años de tratamiento y sigo en la misma situación. No es cobardía, es que después de tantos años en el tema he visto en amigas lo que ocurre y solo en pocos casos especiales, como por ejemplo, trabajar en una empresa familiar, en la administración pública, o grandes empresas que tienen sindicatos que cuidan de los derechos de sus trabajadores, no hay garantías de no perder el trabajo o de sufrir bullying para conseguir que dimitas. En mi caso es peor aún, ya que soy autónoma y perdería la mayoría de los clientes, que como ya he dicho estoy en un sector muy convencional.
En la actualidad estoy pensando en soluciones, ya que la disforia a veces aprieta demasiado. Se siente que vives una vida que no es la tuya, que no eres feliz y no lo serás hasta que puedas desarrollar tu verdadera personalidad. Es triste que un país como el nuestro, con leyes bastante avanzadas sobre los derechos de las personas homosexuales y transexuales, sea todo apariencia. La realidad y la calle demuestran la verdad y es la intolerancia a estas personas. En mi caso, entro en las dos etiquetas, ya que además de transexual soy lesbiana y me siento en una cárcel virtual. Hasta que el género de una persona deje de ser elegido por sus características físicas, se pueda detectar a muy pronta edad el género real de cada persona y eso sea tan normal para toda la población como cualquier otra característica, como tener los ojos de un color u otro, no creo que podamos vivir normalmente. Por eso, una de mis ideas es emigrar a otro país europeo con menos homofobia y transfobia, empezar de cero, ya con mi nombre y género legalizados, pero no es fácil. Hay pocos países realmente liberales en ese sentido. Las leyes avanzan, pero la población no. Solo espero que las nuevas generaciones vayan entendiendo que esto no se elige, se nace con ello, no es una enfermedad, no se puede curar ni corregir, es la personalidad inherente, solo se puede corregir un poco el fallo físico que la naturaleza cometió para no rechazar tanto nuestro cuerpo, sentirlo acorde con nuestra mente y poder ser un poco más felices, aunque nunca será totalmente, pero se nos acepte por nuestro género sentido normalmente y dejemos de tener etiquetas, que además no pueden definir todos los géneros que realmente existen.” Luisa.