El ascensor
El edificio era impresionante, la majestuosidad era visible, pocas edificaciones como aquella. Era un hotel centenario, más de 100 años de pie, los actuales propietarios lo compraron hace unos 25 años. Estaban pensando en venderlo para hacer apartamentos, hoy se firmaba el contrato y al día siguiente empezarían el derrumbe del emblemático edificio.
Vayamos al principio de esta historia. Corría el año 1930. El hotel se inauguró con toda la pomposidad necesaria en sus tiempos, todos los asistentes eran gente de la alta burguesía y los mandamases de la ciudad: el delegado del gobierno, el alcalde y todos los concejales disfrutaban del día.
Lo que más llamaba la atención era el ascensor, donde cabían hasta cinco personas. Todos lo querían probar, habían escuchado cosas maravillosas del primer ascensor que funcionó en España, en la calle Alcalá número 5, y aunque ya había algunos más, este era el más adelantado tecnológicamente en su época.
Todos fueron subiendo y bajando hasta el piso más alto, hablando maravillas de lo bien que funcionaba. Los penúltimos en subir fueron dos periodistas de la época, acompañados de sus mujeres, cuatro personas que quisieron disfrutar del invento el día de la inauguración.
Entraron dentro del habitáculo apretando el número del piso, cerraron las puertas que todavía no eran automáticas y el ascensor empezó a subir lentamente. Alguien subió caminando al mismo tiempo por las escaleras, al llegar arriba encontró el ascensor vacío y aprovechó para bajar. Los de abajo que esperaban a las dos parejas se sorprendieron que no fueran ellos.
—¿Donde están nuestros amigos los periodistas? —preguntaron.
—No había nadie el ascensor, estaba parado arriba y yo lo cogí para bajar.
Buscaron a las cuatro personas por todo el hotel y no aparecieron. La policía detuvo a la persona que bajo en el ascensor, acusado de hacer desaparecer a las dos parejas. A pesar de las torturas que sufrió nunca confesó ser culpable de nada, lo condenaron a 30 años de prisión.
Cinco años después, con el hotel a pleno rendimiento, una pareja intento subir hasta el segundo piso. Se quedaron atascados entre el primero y el segundo, empezaron a chillar para que los sacaran de ese lugar. Tres minutos después, cuando estaban intentando ayudarles para que bajaran, todo quedo en silencio. Cuando consiguieron abrir, dentro no había nadie. El gerente del hotel puso una denuncia por marcharse sin abonar la cuenta, nunca se encontraron a esas personas.
Veinticinco años más tarde se celebraba una convención de empresarios textiles, cada día tenían reuniones en uno de los salones. Juan, un gran empresario, salió de su habitación para bajar a la reunión. Subió al ascensor y apretó el botón de bajar.
Los encargados de las reuniones esperaban que apareciera, pues era el orador de ese día. Media hora después lo fueron a buscar a su habitación y no había nadie, nunca más se supo de él, todos sospecharon que algún empresario de la competencia lo hizo desaparecer.
A mediados de los 70, una pareja de recién casados en luna de miel se hospedaban en el hotel; cada día después de comer subían en el ascensor hasta la cuarta planta para dar rienda suelta a sus deseos en su habitación. El último día que les vieron subían los dos en el ascensor muy acaramelados, pero nunca llegaron a la habitación.
Mirando el diario del hotel se podía observar que cada año dos o tres habitaciones se marchaban sin pagar. Nunca se pudo localizar a ninguno de esos estafadores, incluso varias veces vino la policía porque sus familiares pusieron denuncias por desaparición, y nunca encontraron a nadie.
Muchas historias del viejo hotel, pero mañana sería derruido, la tristeza invadía a los dueños.
Al día siguiente, las máquinas empezaron a llegar y la esbelta figura del hotel desaparecería para siempre. A los últimos trabajadores se les caían lágrimas, perdían el trabajo y algo más, era como su segunda casa, a veces pasaban más horas aquí que en sus casas.
Con permiso de los propietarios, cada uno fue cogiendo un recuerdo del hotel, quedaban segundos para que desapareciera de sus vidas.
La primera máquina empezó por el ala norte, esa parte ya estaba cerrada desde hacía mucho, pues no tenían clientes para llenar todo el hotel. Otra empezó por la parte sur, justo donde estaba la entrada con el vestíbulo y en el centro el elevador. Todo el hotel fue cayendo poco a poco.
Cuando las máquinas tocaron el ascensor se escuchó un desgarrador grito que puso la piel de gallina a todo el mundo. Todos pararon el trabajo y se miraron unos a otros.
—¿Qué ha sido eso? —pensaron.
Después de hablar, llegaron a la conclusión que alguna cadena de una de las máquinas se enganchó en alguna parte y produjo ese ruido.
Las máquinas volvieron a la carga, al tocar nuevamente la máquina la estructura del ascensor, el grito esta vez fue más fuerte, al mismo tiempo que un trozo de hierro del ascensor salía disparado y atravesaba la cabeza del conductor de la máquina.
Todo quedó en silencio y se acercaron al maquinista. Estaba muerto, nadie sabía qué estaba pasando. El jefe de obra ordenó que retiraran el cuerpo del obrero y otro ocupara su lugar. Todos tenían miedo, nadie dio un paso al frente para hacerse cargo de la máquina.
—¿Qué os pasa cobardes? Coged los mandos y acabemos con esto de una vez —gritó el jefe de obra.
Nadie se movió.
—Diré un nombre y si no obedece será automáticamente despedido. Ángel —nadie se movió. —Francisco —igual que antes, nadie se movió. Uno a uno fue diciendo los nombre y nadie se movió.
—Todos despedidos ahora mismo.
El capataz se puso a los mandos de la máquina y embistió con fuerza la estructura del ascensor.
Esta vez, el grito hizo que todos se tapasen los oídos. La estructura cedió y cayó sobre la máquina conducida por el jefe de obras, cuando retiraron la estructura y la máquina se horrorizaron: debajo del ascensor había una cámara secreta, donde estaban los cuerpos de todos los que habían desaparecido en el ascensor. Era el tributo que se cobraba por poner el hueco del ascensor justamente encima de una tumba del antiguo cementerio que hubo en esos terrenos.
Allí estaban todos los desaparecidos, el ascensor tenía vida propia y se cobraba su impuesto por no respetar a los muertos.