Persecución desenfrenada
Juan llevaba más de cinco años sin trabajar.
Salió como cada día de su casa para ir a caminar al parque de su ciudad, al llegar se giró y vio dos hombres que le seguían desde hacía rato. Aceleró el paso para comprobar si le seguían a él, ellos también aceleraron el paso. El parque era grande y podría perderlos si se centraba en ello, pero ellos no querían dejarlo, tenían que alcanzarlo y acabar con él.
Se desvió por una bifurcación del camino para intentar perderlos, pero ellos siguieron sus pasos, al cruzarse con una pareja, les pidió ayuda.
—Por favor, llamad a la policía, vienen esos dos persiguiéndome y me quieren matar —la chica se apartó asustada y se refugió tras su novio, que se puso frente a frente con Juan.
—Déjanos en paz y sigue tu camino —le dijo el chico.
Jacinta, la mujer de Juan, entró en su habitación y se quedó mirando el interior del cajón de la mesita. Las lágrimas le salieron automáticamente de sus ojos, ya sabía lo que pasaría.
La pareja se alejó de Juan y continuó su camino buscando un rincón donde acariciarse mutuamente.
Juan empezó a correr montaña arriba para escapar de sus perseguidores, pero ellos no se detenían ante nada ni nadie, tenían que alcanzarlo, pero él no estaba dispuesto a dejarse atrapar.
Aceleró el paso y se introdujo entre los árboles para esconderse de sus perseguidores.
Jacinta marcó un número de teléfono y esperó que le contestaran.
—Hola, buenos días, ¿dígame?
—Soy Jacinta, la mujer de Juan García.
—Dígame, ¿qué le pasa?
—Juan lo ha vuelto a hacer.
—¿Igual que las otras veces? —preguntó la voz al otro lado del teléfono.
—Sí.
—¿Cuantos días lleva esta vez?
—He contado diez días.
—Gracias, paso aviso.
Jacinta colgó y se puso a llorar otra vez. Su marido la estaba matando en vida. Juan era una muy buena persona dispuesta a ayudar a cualquiera y trabajador mientras le dejaron, pero ahora era otra cosa.
Juan, escondido entre la maleza, procuró que sus perseguidores no lo vieran, pero ya no eran dos, ahora podía ver a cuatro, y lo estaban buscando muy cerca de donde estaba. Lo podían descubrir en cualquier momento, tenía que ser rápido.
De un salto salió de entre la maleza y por el camino se puso a correr como nunca antes lo había hecho, tenía que perderlos de vista. En su carrera, Juan vio de nuevo a la pareja en un rincón del parque y se fue hacia ellos. El chico automáticamente cogió un palo y se preparó para recibir a Juan.
—Ayudadme por favor, llamad a la policía.
—Déjanos en paz y lárgate, no queremos problemas—le gritó el chico.
Juan se acercó un poco más a ellos y recibió un fuerte golpe en las costillas con el palo que tenía el chico en las manos.
Se retorció del efecto del golpe. Y mirando al chico, se alejó de ellos.
Estaba muy lejos ya de la ciudad y solamente estaba él y sus perseguidores. Pudo comprobar que uno de ellos llevaba un animal cogido con una correa, pero no podía ser, parecía un oso. Ya no eran cuatro, solo podía ver a tres, le faltaba el cuarto, eso le preocupó mucho y decidió cambiar su ruta de huida. Se introdujo en el bosque y giró sobre sus pasos 180º para correr en sentido descendiente, hacia la ciudad.
Jacinta abrió la puerta y se puso a hablar con la persona que estaba al otro lado.
—¿Dónde puede estar? —preguntó
—No lo sé —dijo Jacinta.
—¿Dónde suele ir cada día?
—Al parque —contestó llorando la mujer.
—Gracias, estaremos atentos.
La ciudad estaba cada vez más cerca y Juan pensaba que esa era su salvación, llegar a la ciudad, pero… lo conseguiría?
Los perseguidores estaban cada vez más cerca y el que llevaba el animal en la mano ya lo tenía a menos de cinco metros, a Juan se le salía el corazón de correr de esa manera tan rápida, pero era lo único que podía hacer.
Vio a dos personas que subían hacia el parque y pensó en pedirles ayuda, pero después de lo que pasó con la pareja no estaba seguro de que fuera buena idea.
Pero al contrario que la pareja, las dos personas no se apartaron, fueron hacia él. Él se paró junto a ellos y les pidió ayuda.
—Llamad a la policía, esos cuatro quieren matarme y traen un oso para asegurarse de conseguirlo.
—Tranquilo, Juan, te vamos a ayudar —le contestó uno de ellos.
Pero, ¿cómo conocía su nombre? ¿Y por qué los perseguidores se pararon y estaban mirándolo fijamente? Uno de los dos que querían ayudarle se acercó pausadamente a él, pero Juan no estaba seguro de que fueran a ayudarle e intentó huir.
Las dos personas se le abalanzaron sobre él tirándole al suelo y sacando algo de una cajita que tenían, era una inyección.
Juan pensó que querían matarlo también estas dos personas, pero esta vez era con una inyección. Luchó todo lo que pudo y vio como se acercaban más personas para ayudar a acabar con su vida. Notó el pinchazo en la espalda y se le empezó a nublar la vista y a caer en un profundo sueño.
Cuando despertó, estaba en una cama del hospital y junto a él estaba su esposa, Jacinta.
Jacinta le explicó lo sucedido. Llevaba más de diez días sin tomar la medicación que le recetaron para su enfermedad los psiquiatras. Y nadie le perseguía, todo era fruto de su mente.
Su enfermedad es demencia, una enfermedad que, controlada por los médicos y tomando los fármacos adecuados a cada persona, no produce ningún tipo de síntoma en las personas.
Sin fármacos: síntomas tales como agresión, delirios (creer cosas que no son verdad o no son lógicas) o alucinaciones (ver cosas u oír voces que no existen) son normales.
PD: Las personas con enfermedades mentales son personas completamente normales con la medicación adecuada, no los trates nunca como unos apestados, ayúdales, no los margines.