Cena de empresa
Como cada día, Rosa regresaba del trabajo. Antes de subir a su apartamiento abría el buzón y cogía la correspondencia del día: había lo clásico facturas, cartas del banco y… una carta sin remitente. No era normal que llegaran este tipo de cartas, por eso le sorprendió. Abrió la puerta de su casa, dejó la correspondencia encima de la mesa y se fue directa a la ducha. El calor del día la dejaba muy pegajosa y necesitaba la ducha.
Cuando acabó, secó su espectacular cuerpo y solo se puso una camiseta y las braguitas. Se sirvió la comida en la cocina y mirando las noticias comió pausadamente. Justo cuando acababa se acordó de la extraña carta y fue a buscarla, ponía su nombre y la dirección correcta, sin lugar a dudas era para ella. Si hubiera sido para su marido pondrían el nombre de él. Abrió con preocupación el sobre y comprobó que eran fotografías. Les dio la vuelta para mirarlas y quedó horrorizada y pálida como un muerto.
Agosto del año anterior, cena de empresa. Eran unas 25 personas en un hotel de montaña, la empresa pagaba cena y alojamiento para que sus trabajadores no tuvieran problemas en la carretera en forma de accidente y multas. En la empresa siempre había muy buen rollo y Rosa se llevaba bien con todos, pero especialmente con Ricardo, el jefe de ventas de más antigüedad en la empresa. En todas las cenas se sentaban juntos y se pasaban la velada charlando de la vida en general. Esa noche estaban bebiendo más de la cuenta, en especial Ricardo, que estaba muy meloso con Rosa y continuamente le decía piropos y le daba un beso de amistad en la mejilla. En un momento de la cena puso una mano en la pantorrilla de ella, que discretamente se la apartó. Le recordó que era una mujer casada y amaba a su marido. Ricardo le pidió perdón por el atrevimiento y continuaron charlando amigablemente.
Después de la cena se marcharon todos a la sala de fiestas del hotel, tenían noche temática “especial enamorados” y toda la música era romántica para bailar agarrados en pareja. Ricardo le pidió para bailar a Rosa y ella aceptó. Sonaba un tema de Sandro Giacobbe, El Jardín Prohibido. Los dos bailaban muy agarrados igual que otras parejas. En un momento de excitación, él acarició un pecho de ella en la oscuridad de la pista. No dijo nada, solo lo miró y con la mirada le dio a entender que le gustó el contacto. Cuando acabó la música se fueron a uno de los sofás de la sala y continuaron hablando. Él volvió a pedirle perdón, a lo que ella contestó:
—No tienes que pedir perdón por hacer algo que a ti te apetece y a mí también —de un trago se bebió el cóctel y se marchó a su habitación. Él se quedó sorprendido y no sabía que hacer, pero recordó sus palabras: “no tienes que pedir perdón por hacer algo que a ti te apetece y a mí también”.
Acabó rápidamente el mojito que se estaba tomando y subió a la tercera planta. No era la suya, él estaba en una habitación de la cuarta planta. En la tercera estaba la habitación de Rosa, número 369. “Bonito número de habitación” pensó. Llamó suavemente con los nudillos asegurándose antes que no había nadie en la planta. La puerta se abrió instantáneamente, ella estaba justo detrás de la puerta esperando esa llamada. Estaba sin ropa, solo un minúsculo tanga en forma de mariposa. Se abrazaron y besaron apasionadamente arrastrándose los dos llenos de deseo y lujuria hasta la cama, donde empezaron a hacer el amor salvajemente como si no hubiera un mañana. No estaban solos. Clic, clic, clic, clic, se escuchaba dentro del armario, pero imposible de escuchar con sus gemidos y gritos de pasión.
Una vez acabaron, Ricardo se vistió y se marchó a su habitación. Por la mañana, ella salió de su habitación y cogió el ascensor para bajar a desayunar. Se cerraron las puertas del ascensor y se abrió la puerta de la habitación 369, la persona que salió se perdió escaleras abajo. Al entrar al comedor vio la figura de Ricardo preparándose el desayuno, lo saludó y se sentó en su mesa como cada vez que coincidían. Él le llevó un café con leche y un par de croissants con mantequilla y mermelada, que era lo que normalmente desayunaba en el bar de la oficina.
—Ricardo, fue una locura, no tenía que haber pasado nunca.
—Lo sé y estoy arrepentido, te pido perdón, no volverá a suceder nunca más —contestó él.
—Mi marido no se merece esto —contestó Rosa.
—Lo sé, pero lo único que podemos hacer es olvidarlo todo, no pensar, como si no hubiera pasado —respondió él.
—De acuerdo, esto no ha pasado y nunca más se hablara del tema —dejó claro ella. Efectivamente nunca más se habló del tema, ya parecía olvidado, hasta hoy que llegó esa carta con esas fotos de los dos practicando sexo en aquel hotel. Llamó a Ricardo y le explicó todo, incluso lo que ponía en una pequeña nota en el interior del sobre: “el día 15 a las tres y media quiero 50.000 € o todo el mundo se enterará de lo sucedido, incluido el marido de Rosa”. El marido de Rosa no volvería hasta la noche, quedaron los dos en una cafetería cercana al trabajo. Pensaron en ir a la policía pero no podían, el marido de Rosa se enteraría de todo y ella se moriría de vergüenza. Ricardo decidió pagar.
—¿Pero, dónde?
El día 13 llegó la respuesta, una llamada telefónica al móvil de Rosa era la dirección donde entregar el dinero.
—Plaza de Guatemala, junto al buzón de Correos, allí dejas el dinero y yo dejaré la tarjeta de memoria con todas las excitantes fotos que os hice. Por cierto, no lo hicisteis nada mal, fue mejor que ver una peli porno.
El día 15 a la hora a la hora acordada, Rosa se acercó al buzón de Correos y esperó. Sonó varias veces el móvil con llamada oculta y le dio las instrucciones:
—Sigue con tu bolsa del dinero y la dejas justo detrás de la estatua del águila que está al final del camino que sube hacia la montaña.
Ella siguió las instrucciones, dejó el dinero justo detrás de la estatua de una impresionante águila. Volvió a sonar el móvil para recibir nuevas órdenes:
—Deja el dinero y aléjate hacia el buzón otra vez, en la papelera que está junto al buzón encontraras una bolsa de papel arrugada, dentro está la memoria con las fotos.
Cuando Rosa se alejó, un hombre de mediana edad se acercó a la figura del águila y cogió la bolsa. Ella llegó al buzón y buscó en la basura. Efectivamente, allí estaba la bolsa con la memoria. Respiró profundamente y se alejó del lugar. A menos de cien metros de donde se encontraba Rosa, se escuchó un fuerte accidente y rápidamente se escucharon sirenas de policía y ambulancias. A Rosa no le apetecía saber nada del accidente, bastante tenía con lo suyo.
Al pasar junto a dos personas escuchó lo que había pasado sobre el accidente. Un hombre conduciendo atropelló a otro, que era un compañero de trabajo. Lo tenía que recoger para salir a comer y celebrar el cumpleaños de un amigo. El mismo conductor lo socorrió y recogió todas sus pertenencias antes de que llegara la policía, el conductor estaba muy afectado, no en vano eran compañeros de trabajo desde hace muchos años. El chico falleció ese mismo día antes de llegar al hospital. Según la policía fue un fallo mecánico del coche. En el juicio fue condenado a dos años de cárcel, pero al no tener antecedentes, no entró en prisión. Ricardo y Rosa continuaron muchos años más en la empresa, nunca más se mencionó lo sucedido, nadie vio una bolsa con el dinero. Rosa siguió viviendo con su marido y a veces soñaba con aquella noche de sexo total.