Redes asesinas
Esto es una historia de ficción basada en un hecho real. Su lectura puede herir sensibilidades.
-¿Por qué no pones una foto tuya en Facebook? – preguntó Rosa
-Porque las chicas se ponen muy pesadas cuando ven mi foto de perfil. No quiero ser pedante, pero las chicas me encuentran atractivo.
-¿Podemos hacer una videoconferencia?
-No! Nos estamos conociendo y quiero que sea un amor de verdad, no atracción por el físico.
Rosa estaba enamorada de aquel chico que tenía una voz tan dulce y le decía cosas tan bonitas. Todas las noches soñaba con él, quería poder abrazarlo y sentir sus manos sobre su cuerpo dando rienda suelta a todo el amor contenido.
Pasaron tres meses hablando por Facebook y Rosa solo conocía su nombre y su voz. Esa voz que la transportaba al paraíso cuando la escuchaba. Un día, Ramón -este es el nombre que dijo- le propuso que le enviara una foto sexy. Rosa no se negó. Se quitó la camiseta no sin antes cerrar la puerta de su habitación para evitar que sus padres pudieran sorprenderla, se desabrochó el sujetador y se hizo varias fotos con el móvil, mandándoselas rápidamente a Ramón.
-Eres increíblemente preciosa, si te parece, Rosa, podemos vernos el fin de semana.
-Por supuesto -contestó ella.
-Ok, el viernes te digo donde nos veremos y si pudieras explicar a tus padres que te quedas el fin de semana en casa de una amiga tendremos más tiempo para conocernos.
-No te preocupes Ramón, le diré a mis padres que paso el fin de semana de acampada con las amigas.
-Pasa tu foto por favor -pidió Rosa.
-No! Cuando me veas será más emocionante para ti. Hasta el viernes, Rosa.
Pasaron esos tres días que faltaban para el viernes muy poco a poco. A Rosa se le hicieron eternos y al fin llegó el día.
-Hola Rosa.
-Hola Ramón.
-Si te parece te voy a buscar a la estación del tren en tu ciudad y nos marcharemos a una casa en la sierra que tiene mi familia.
-De acuerdo -respondió Rosa con el corazón acelerado y feliz porque al fin conocería al príncipe de sus sueños.
A la hora que acordaron, Rosa estaba en la estación con una mochila y una pequeña tienda de campaña para que sus padres no sospecharan nada. Pasaron cinco minutos y ella miraba a todos los chicos que pasaban por la estación para ver si reconocía a Ramón.
Un hombre de unos 50 años se acercó a ella y le preguntó:
-¿Tú eres Rosa?
-¿Si, pero usted quién es?
-Soy el padre de Ramón, él no puede llegar por una avería en el coche y me pidió que te recogiera.
Ella no estaba segura de la historia que le contó y le dijo que no se iría con nadie que no conociera. El hombre, con mucha tranquilidad, le dijo que entendía su desconfianza y para que viera que era verdad, llamaría en ese momento a Ramón por teléfono para que hablara con ella y se tranquilizara. El hombre marcó un número y al otro lado se escuchó una voz.
-Dime papá: ¿ya recogiste a Rosa?
-Si hijo estoy con ella, pero no se viene conmigo sin estar segura de quien soy.
– Pásale el teléfono a ella, papá.
-Hola -contestó Rosa, desconfiada. A continuación, él le contó el problema con el coche y que en media hora estaría solucionado.- Ves con él, que te dejará en la casa. Yo llegaré en cinco minutos y podremos bañarnos en el jacuzzi juntos para relajarnos. Rosa finalmente se relajó y le pidió perdón por desconfiada.
-No te preocupes, lo entiendo, hay tantos maleantes por todas partes que hay que estar alerta siempre. Eres muy guapa, mi hijo tiene buen gusto.
-Gracias -fue la respuesta de Rosa. El resto del camino lo hicieron en silencio. Salieron de la ciudad y enfilaron la carretera de la Sierra.
-¿Dónde está la casa? -preguntó Rosa.
-Ya estamos llegando -fue la respuesta.
El coche cogió un camino sin asfaltar que se introducía en un pequeño bosque, se paró junto a una casa vieja y destartalada que parecía un almacén.
-¿Esta es la casa? -preguntó cuando se abría su puerta.
-Sí, aquí es donde vas a pasar el mejor fin de semana de tu vida ja, ja, ja -dijo el hombre, mientras la cogía fuertemente del brazo y tiraba de ella hacia la casa.
Rosa se asustó y se resistió a entrar en esa casa empezando a gritar.
La puerta se abrió y apareció otro hombre un poco más joven que le dijo:
-Hola, Rosa bienvenida a tu casa.
Esa voz le sonaba, era la de Ramón, pero su aspecto no coincidía con su idea del hombre que esperaba. Tenía aspecto de drogadicto, lo único que coincidía era la voz, esa voz dulce y cariñosa que escuchaba cada día por Facebook.
La metieron en una habitación y primero el hombre más mayor y después el llamado Ramón, abusaron de ella sexualmente a pesar de los llantos y súplicas de Rosa. Cuando acabó el segundo de ellos, le avisó que vendrían unos amigos y que se portara bien con ellos o lo lamentaría. A través de un agujero en la puerta pudo ver como varios hombres se acercaban a la casa y pagaban 50 € cada uno para luego ir entrando en la habitación donde se encontraba Rosa. Esa tortura duró todo el fin de semana. Eran hombres de todas nacionalidades y países.
El domingo por la noche entró en la habitación Ramón y mirándola fijamente le dijo que si lo llegaran a detener por su culpa, sus amigos se encargarían de toda su familia. A continuación, salió dejando la puerta abierta. Rosa estaba llorando.
La policía la encontró tres días después en ese almacén totalmente dormida y rodeada de ratas sin recordar cómo llegó a este sitio.
Rosa nunca más volvió a ser la misma. A pesar de que todos los reconocimientos médicos reconocían violación múltiple, ella no podía recordar nada. Murió de tristeza y dolor.
No te fíes de las personas que conozcas a través de internet porque pueden no ser lo que dicen que son. Ante cualquier caso de violencia de género, llama al 900 900 120, un teléfono gratuito y confidencial, que no deja rastro en la factura telefónica.