La casa del eco

2025-03-17T16:02:19+01:0017/03/2025|

Nadie sabía quién la había construido ni cuántos años llevaba allí, en lo alto de la montaña, rodeada de árboles que parecían querer engullirla entre sus ramas. Se decía que la casa repetía las palabras de quienes se atrevían a hablar en su interior, pero con un sonido tenebroso. No solo devolvía sus voces, sino también sus pensamientos más ocultos.

No mucha gente se atrevía a acercarse a ella, y los pocos que lo hacían rara vez regresaban. Las historias sobre la casa eran muchas y variadas: se hablaba de voces en la oscuridad, de susurros que predecían la muerte.

A pesar de todas las leyendas, un grupo de amigos decidió averiguar si todo era cierto o solo un cuento exagerado. Sonia, Rafa, Manuel y Elisa eran jóvenes y escépticos. No creían en lo paranormal; para ellos, eran historias creadas para asustar a los curiosos. Así que, en una fría noche de noviembre, armados con linternas y un par de cámaras, se dirigieron a la casa con la intención de grabar su excursión.

—Si repetimos “¿hay alguien aquí?”, seguro que escucharemos nuestro propio eco y nos reiremos de este ridículo cuento—comentó Manuel con una sonrisa incrédula.

Sin embargo, al acercarse, el ambiente cambió. La casa parecía más alta y vieja de lo que imaginaban. Sus ventanas, oscuras y profundas, se asemejaban a ojos que los observaban desde la penumbra.

—¿Seguimos con la experiencia? —preguntó Elisa con un hilo de duda en su voz.
—Claro, ya estamos aquí, no podemos acobardarnos ahora —respondió Rafa con determinación.

La puerta estaba entreabierta, como invitándolos a entrar. El aire en el interior era pesado, impregnado de humedad y algo más… algo que no podía identificar.

—¡Bienvenidos! —gritó Manuel en tono burlón.
—Bienvenidos —respondió la casa.

No fue un simple eco. La voz sonó profunda, lejana… como si emergiera de ultratumba. Se miraron unos a otros con terror en sus rostros.

—Hola —dijo Sonia, casi en un susurro.
—Hola —respondió la casa.

Esta vez, la respuesta fue más nítida, como si alguien estuviera en la misma habitación con ellos.

—Es solo una manipulación acústica, nada más —susurró Rafa, aunque no muy convencido de sus propias palabras.

Elisa avanzó con su linterna en alto. El polvo flotaba en el aire como ceniza suspendida.

—¿Quién eres? —preguntó.
—Elisa —respondió la casa.

Elisa se quedó helada.
—No dije mi nombre…
—Es sugestión —intentó decir Manuel, pero su voz se apagó al escuchar:
—Manuel —susurró la casa.

El pánico empezó a instalarse entre ellos. Rafa apuntó la linterna hacia el pasillo principal.

—Grabemos algo rápido y nos largamos —dijo con firmeza.

Los demás asintieron, demasiado asustados para contradecirlo. Avanzaron con cautela. Cada paso resonaba de manera extraña, como si el suelo los escuchara y repitiera su andar.

—No deberías haber venido, Sonia…

Ella se detuvo en seco.

—Yo… yo no dije nada —susurró.

Pero la voz había sido la suya. Solo que… ella no había pronunciado esas palabras.

—Esto no es normal, vámonos —propuso Manuel.

Las sombras parecían moverse en las esquinas. El aire se volvía cada vez más frío. Y, de repente, otra voz rompió el silencio:

—Tienen miedo…

Era la voz de Rafa, pero él no había dicho nada.

—¡Cállate! —gritó Rafa.

La casa solo rió y repitió la palabra:

—Cállate… cállate… cállate…

De golpe, todas las linternas se apagaron. La oscuridad los envolvió.

—¡No veo nada! —gritó Manuel.

El caos estalló. Sus gritos se mezclaron con los de la casa. Elisa sintió un tirón en el brazo y luego un golpe en la cabeza. Todo se volvió negro.Cuando despertó, estaba sola. Las paredes parecían más estrechas, como si la casa hubiera encogido a su alrededor. Se giró de golpe, buscando a sus amigos.

—¡Manuel! ¡Rafa! ¡Sonia!
—Sonia no está —respondió la casa.

Elisa sintió su corazón golpeando con fuerza contra su pecho.

—¡Devuélvemelos! —gritó.

La casa solo rió.
—Jajajajajaja…

Entonces, una voz susurró en su oído:
—Tú también desaparecerás…

Elisa corrió a ciegas por los pasillos, tropezando con muebles podridos y puertas que aparecían de la nada. Hasta que, por fin, llegó a la entrada.

La puerta estaba cerrada. Golpeó con todas sus fuerzas.
—¡Déjame salir!
—Elisa… no te vayas… no nos dejes… —las voces de sus amigos sonaron al unísono.

De repente, el silencio. La puerta se abrió de golpe. La luz de la luna iluminó su rostro mientras salía corriendo. Nunca miró atrás.

Nadie creyó su historia. Nadie encontró jamás a sus tres amigos. Pero algunos dicen que, si pasas junto a la casa y gritas un nombre, el eco te responde… y, a veces, lo hace con una voz que no pertenece a este mundo.

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