El montador de muebles

2025-02-17T11:57:17+01:0017/02/2025|

Luis trabajaba como montador de muebles desde hacía al menos quince años. Había estado en cientos de casas, desde diminutos apartamentos hasta lujosas mansiones. Nada lo sorprendía… hasta aquella tarde.

Tenía que montar un gran armario empotrado en una casa antigua, en las afueras de la ciudad. El dueño, un hombre mayor de expresión seca, solo le entregó las llaves y, en un murmullo, le dijo que debía marcharse. Luis entró en la casa: un lugar frío y silencioso donde se notaba el paso del tiempo. Nada le impresionaba. Comenzó a medir y perforar para avanzar en su trabajo. Cuando intentó clavar una balda en la pared, el taladro resbaló, golpeando con fuerza el yeso. De inmediato, una grieta empezó a abrirse y una parte de la pared se desprendió, dejando a la vista un hueco oscuro.

Luis sintió un escalofrío. Con el corazón acelerado, apartó los trozos de pared rota. Dentro del hueco, vio varias bolsas de plástico viejas, cubiertas de polvo y telarañas. Con manos temblorosas, las abrió. Sus ojos se abrieron de par en par: montones de billetes aparecieron ante él, una cantidad tan grande que ni siquiera podía calcular. El silencio de la habitación se volvió más denso. Entonces, una voz surgió de la nada

—No es tuyo.

Luis se giró de golpe, con la respiración entrecortada. Estaba solo. Pero el miedo le caló hasta los huesos. Volvió a mirar el dinero. ¿Llamar a la policía? Lo descartó de inmediato; podrían acusarlo de intento de robo.

Impulsado por una mezcla de miedo y avaricia, recogió las bolsas, las metió en su mochila, cerró el hueco lo mejor que pudo y salió de la casa con la extraña sensación de estar siendo observado. Esa noche, en su pequeño apartamento, colocó las bolsas sobre la mesa de la cocina. Era mucho dinero.

Entonces, las luces comenzaron a parpadear. El televisor se apagó sin que él tocara nada. Y de nuevo, la voz.

—Si te lo quedas, será tu final.

Luis sintió un nudo en el estómago. Estaba solo.

—¿Quién está ahí?— preguntó con voz temblorosa.

Pero solo obtuvo silencio como respuesta. Guardó el dinero en un armario y se fue a la cama. No pudo dormir. Y cuando por fin logró conciliar el sueño, la voz volvió, susurrándole sin cesar:

—No es tuyo.

A la mañana siguiente, al cruzar la calle, un coche apareció de la nada y casi lo atropella. Por la tarde, mientras trabajaba con una sierra eléctrica, la hoja se deslizó peligrosamente cerca de su mano. Cada accidente lo dejaba más temeroso. Y cada noche, la voz se volvía más insistente.

—Devuélvelo o pagarás el precio.

En la quinta noche, despertó sintiendo una presión en el pecho, como si alguien estuviera sentado sobre él. No podía moverse. Solo podía mirar fijamente el techo. La voz volvió a escucharse, más clara que nunca:

—Estás avisado.

Luis supo que debía deshacerse de ese dinero. Pero, ¿Cómo? ¿A quién pertenecía? A la mañana siguiente, decidió regresar a la casa donde lo había encontrado. Tocó la puerta, pero nadie respondió. Preguntó a algunos vecinos, y la respuesta lo dejó helado.

—Esa casa perteneció a un hombre mayor. Falleció hace años. Su única hija se marchó del pueblo y nadie sabe dónde está.

Esa noche, la voz sonó con más fuerza:

—Encuéntrala. Solo ella puede liberarte.

Durante días, preguntó a todo el mundo. Nadie sabía nada de ella. Finalmente, alguien le dio una pista.

—Creo que vive en un viejo edificio en el pueblo vecino, a unos cinco kilómetros de aquí.

Luis llegó hasta allí y llamó a la puerta. Desde el otro lado, escuchó pasos lentos.

—¿Quién es?— preguntó una voz femenina.
—Me llamo Luis. Soy montador de muebles. Tengo algo que creo que le pertenece.

Después de un largo silencio, la puerta se abrió.

—¿Qué tienes mío?— preguntó la mujer, mirándolo con desconfianza.

Luis sacó de su mochila una de las bolsas con billetes.

—¿Dónde lo encontró?
—En la casa de su padre… oculto tras una pared.

El rostro de la mujer se tensó.

—¿Quién le dio la llave de la casa?

Luis le describió al hombre que se la había entregado. La mujer palideció.

—No puede ser… mi padre murió hace años.

Con voz temblorosa, le explicó:

—Desde que mi padre falleció, cada vez que intentaba olvidar el dinero que él decía haber guardado para mí, aparecía una voz que me lo recordaba…

Luis sintió un escalofrío recorrer su espalda. El espíritu del dueño de la casa lo había estado atormentando hasta que el dinero fue entregado a su verdadera dueña. Esa noche, por primera vez desde que encontró el dinero, Luis durmió profundamente.

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