Santa Pau
La mañana amaneció con cielos claros, presagiando un día ideal para realizar la ilusión que René había albergado desde joven. Un hombre de mediana edad con una pasión inusitada por las aventuras, René había esperado este día durante meses: su sueño de surcar los cielos en un globo aerostático estaba a punto de hacerse realidad.
Desde muy joven, solía observar fascinado los globos que cruzaban el cielo de su pequeño pueblo. Las cúpulas de colores flotando sobre el horizonte parecían sacadas de un sueño. Hoy, finalmente, estaba a punto de hacer realidad esa fantasía.
René llegó al lugar del despegue, una amplia llanura en las afueras de la ciudad, justo cuando el sol comenzaba a asomarse por el horizonte. El globo, un magnífico artefacto con tonos vivos y coloridos, llevaba el nombre “Santa Pau”. El piloto, un hombre mayor llamado Alberto, le dio las últimas instrucciones antes de partir.
—El viento está a nuestro favor hoy; si todo va bien, tendremos un vuelo tranquilo y sin complicaciones —dijo Alberto.
René asintió, emocionado y algo nervioso. Subió a la canasta, sintiendo un hormigueo en el estómago mientras el globo comenzaba a elevarse lentamente del suelo. El zumbido del quemador de propano llenó el aire y, pronto, la llanura comenzó a quedar cada vez más abajo.
Al principio, todo fue como lo había imaginado: los paisajes se extendían como un manto de colores bajo el globo, mientras el suave viento empujaba la aeronave hacia adelante con delicadeza. René se dejó llevar por la serenidad del momento, embriagado por la belleza del paisaje visto desde las alturas.
Pasadas unas horas, cuando el sol ya se encontraba en lo alto del cielo, René comenzó a notar algo extraño. El viento, que había sido un aliado amigable, empezó a volverse más fuerte y menos predecible. Alberto frunció el ceño mientras observaba el comportamiento del globo.
—Esto no me gusta, el viento está cambiando y no de manera favorable —comentó el piloto.
René miró a Alberto, esperando que tomara alguna medida, pero antes de que pudiera preguntar nada, una ráfaga repentina sacudió el globo, haciéndolo tambalear peligrosamente en el cielo. La canasta se inclinó y René tuvo que agarrarse fuertemente para no perder el equilibrio.
—¡Sujétate fuerte! —gritó Alberto, mientras intentaba estabilizar el globo.
Pero el viento tenía otros planes. Las ráfagas se volvieron más fuertes, lanzando el globo de un lado a otro como un juguete en manos de un niño. Alberto luchaba por mantener el control, aunque era evidente que el globo se había vuelto ingobernable.
—Esto no es normal, vamos a tener que hacer un aterrizaje de emergencia —dijo Alberto.
René asintió, aunque su corazón latía desbocado en su pecho. No era así como se había imaginado su aventura.
Miró hacia abajo y vio que el terreno estaba cambiando rápidamente. La llanura había quedado atrás y ahora se encontraban sobre un área montañosa, con picos afilados que se acercaban peligrosamente. Alberto intentó descender, pero el viento seguía jugando en su contra. Cada vez que lograba bajar unos metros, una nueva ráfaga los empujaba nuevamente hacia arriba o en una dirección inesperada. La situación estaba empeorando.
Después de un intento fallido de aterrizaje, el viento cambió de dirección de manera brusca, arrastrando el globo hacia una zona boscosa. Los árboles se alzaban como gigantes, igual que los molinos de viento a los que se enfrentaba Alonso Quijano (Don Quijote).
El peligro radicaba en las copas de los árboles; cualquier contacto con ellas podía ser fatal. Alberto maniobró con todas sus fuerzas, tratando de alejar el globo del bosque, pero la aeronave se resistía a obedecer. De repente, una fuerte sacudida hizo que la canasta se inclinara peligrosamente hacia un lado. René perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer, pero logró agarrarse a la canasta en el último segundo.
—¡Vamos a estrellarnos! —gritó René, dominado por el pánico.
—¡No si puedo evitarlo! —contestó Alberto, aunque su voz también denotaba miedo.
El globo continuó su curso errático, descendiendo peligrosamente hacia las copas de los árboles. Las ramas más altas rozaron la canasta, y el sonido de la tela del globo desgarrándose aumentó el pánico entre los dos hombres.
René miró hacia arriba y vio cómo una de las cuerdas principales se había enredado en una rama, amenazando con derribarlos. Con un esfuerzo final, Alberto liberó la cuerda con un hábil movimiento. El globo volvió a elevarse, aunque de manera inestable. La situación era crítica: el viento seguía arrastrándolos hacia terrenos desconocidos, mientras el control que tenía Alberto sobre el globo era mínimo.
Continuará…