Plutón
En un pequeño pueblo perdido entre las laderas de varias montañas, vivía un hombre solitario conocido por el sobrenombre de “El Perrero”.
Era conocido por su habilidad para adiestrar perros; nadie mejor que él para lo que llaman el número 1. Desde muy joven tenía una conexión especial con todos los perros; podía entender sus ladridos como si fueran palabras y se comunicaba con ellos de una manera asombrosa. Él no quería comentar con nadie ese don que tenía, por miedo a ser considerado como un loco por los demás habitantes del pueblo.
“El Perrero” vivía con su can más difícil, un pastor alemán llamado Plutón. A diferencia de los otros perros que adiestraba, Plutón parecía ser un perro rebelde y desafiante. “El Perrero” siempre lo observaba con desconfianza y notaba una fuerte tensión entre ellos. Plutón no parecía dispuesto a obedecer y, en más de una ocasión, intentó morder a su amo. A pesar de los desafíos que surgían con Plutón, el hombre continuaba con su labor de adiestramiento con la pasión que siempre ponía en su trabajo. Siempre era solicitado por los lugareños para resolver problemas con sus animales de compañía y siempre lograba unos resultados sorprendentes.
Una fría mañana, cuando caían los primeros copos de nieve, “El Perrero” salió de su casa temprano para empezar su jornada de entrenamiento con los perros. Al abrir la puerta, se encontró a Plutón tendido en el suelo, temblando de frío y apenas respirando. El adiestrador se apresuró a socorrerlo, envolviéndolo en mantas y acercándolo al fuego del interior de la casa. Durante tres días, se dedicó exclusivamente a cuidar de Plutón con esmero, sin dejar ni un momento que se quedara solo. Poco a poco, el perro empezó a recuperarse, pero algo había cambiado en el can.
Desde ese día, su actitud hacia “El Perrero” fue diferente; ya no mostraba rebeldía ni intentaba agredirlo con sus dientes; todo lo contrario, era una mezcla de gratitud y respeto. El hombre, acostumbrado a trabajar con perros difíciles, se preguntaba qué había provocado ese repentino cambio. Decidió investigar recurriendo a su don para entender los ladridos de los perros; entonces descubrió la auténtica verdad. Durante un tiempo en una vida anterior, él había sido una persona que maltrataba a los perros y Plutón era una de sus víctimas.
“El Perrero” sintió culpa y remordimiento al comprender la razón del comportamiento del perro hacia él. Desde ese día, intentó demostrar al can que había cambiado, que ya no era el hombre cruel que en su día lo maltrató. Con mucha paciencia y cariño, logró ganarse la confianza del pastor alemán, que finalmente lo aceptó como líder. Juntos formaron un gran equipo, ayudando a otros perros. Todos los habitantes del pueblo y otros de los alrededores estaban asombrados de la conexión entre el hombre y el perro; nadie pensó que detrás de esa unión había muchas cosas en común en otra vida.
Una mañana en primavera, cuando las flores silvestres brotan dando un toque de alegría al paisaje, Plutón no se levantó. Estaba acurrucado junto a los pies de la cama de su amo, dejó este mundo en silencio mientras dormía. “El Perrero” se sintió tan afectado que nunca más quiso entrenar a ningún perro. En sus oraciones, siempre un recuerdo para Plutón, y unas palabras finales: “Dios, haz que me reúna con él nuevamente”.