Sucedió en…
En los vibrantes días de la década de los 70, con una gran agitación política en Latinoamérica, en México, por ejemplo, empezaba la gran lucha social de las mujeres para liberarse. Comenzaron a ejercer su sexualidad con más libertad y la moda era lo nuevo. Otras mujeres en otro país tenían problemas.
María Fernanda se vio enfrentada en un cruce de ideologías políticas contrarias: ella era una madre cariñosa y muy religiosa (como la mayoría de mujeres en Latinoamérica). Sin entender de política, se le complicó mucho la vida.
En un pequeño pueblo situado en las montañas de Guatemala, concretamente en la sierra de Cuchumatanes, este es lugar donde vivía María Fernanda, todo el mundo la conocía por ser una mujer luchadora y, sobre todas las cosas, por el amor y cariño que le dedicaba a su hijo Hugo.
En cambio, su marido, Alejandro, sí que era un ferviente luchador de los derechos humanos. En todas las asambleas y manifestaciones que se realizaban en las cercanías de su hogar, su voz era la que sonaba más fuerte, siempre por la justicia y libertad del pueblo.
Un día, mientras se celebraba el cumpleaños de su hijo Hugo, la policía militar se presentó en su casa para detener a Alejandro.
—¿Alejandro López?
—Sí, soy yo, que desean.
—Quedas detenido por revolucionario contra el gobierno de Carlos Arana Osorio.
Ante la mirada incrédula de María Fernanda y Hugo, salió de la casa esposado sin saber el destino que le esperaba.
María Fernanda quedó sumida en el temor a todo. Lo que más le preocupaba es el futuro de su joven hijo. Al principio, esperó unas semanas rezando para que Alejandro quedara libre. Las semanas se convirtieron en meses, no podía preguntar a nadie, porque la respuesta era la misma.
—Si se llevaron a su marido, es porque algo hizo.
Con la incertidumbre de no saber nada de su marido y la preocupación de que su hijo corriera algún peligro al ser hijo de un revolucionario, tomó la decisión de que su hijo tenía que salir de ese país. María Fernanda pasó toda la noche llorando. Al día siguiente, era el día indicado para separarse de su hijo. Se levantó muy temprano para poder abrazar a su hijo fuertemente durante bastante rato.
Alguien amigo de su esposo le proporcionó un contacto para que pudiera sacar a su hijo de aquel infierno.
—Te quiero más que a mi vida hijo, cuando todo pase nos volveremos a juntar toda la familia.
El joven Hugo no entendía nada, ver a su madre llorar y escuchar esas palabras le dejó descompuesto y triste.
—Hay cosas que no puedo explicarte ahora, pero es necesario que te marches un tiempo.
Con estas palabras se despidió María Fernanda de su hijo.
El joven niño, confundido y asustado, miró a su madre con los ojos llenos de preguntas que no sabía realizar. María Fernanda besó por última vez a Hugo en la frente.
Con gran dolor en su corazón y los ojos inyectados en sangre después de las horas de llanto, entregó una carta a su hijo para que un día pudiera leerla y entender lo que estaba pasando.
Los meses al final se convirtieron en años, y María Fernanda ahora si se involucraba en manifestaciones y reuniones clandestinas. Semanalmente, enviaba una carta para su hijo, aunque nunca sabía si esas cartas llegaban a su destino, en el fondo de su corazón esperaba que él las pudiera leer. El joven Hugo creció y se volvió un hombre, siempre comportándose de forma ejemplar.
En todas las asambleas de revolucionarios, María Fernanda preguntaba a todos por su esposo, nadie nunca le supo decir donde estaba Alejandro.
Veinte años después de la detención de su marido, el gobierno de aquel dictador fue retirado del poder, empezando a mandar los revolucionarios. Un día le mandaron llamar: Alejandro estaba vivo, se encontraba en una cárcel al sur del país. Lo acababan de liberar y en unos días estarían juntos nuevamente.
La estación del tren estaba vacía, el tren llegaba lentamente, de uno de los vagones bajó Alejandro, bastante envejecido por el trato recibido en este tiempo. Los ojos de María Fernanda se llenaron de lágrimas. Varios días después, la pareja estaba en la estación llena de nervios viendo como un tren se detenía; de él bajaba un apuesto hombre con una elegante gorra en su cabeza. El día era soleado y los rayos del sol, iluminaban los rostros de las tres personas que se abrazaban en el andén de la vieja estación.
Ni Alejandro ni María Fernanda tuvieron que explicarle nada a Hugo.
Durante estos años, él leía cada día la carta que le entregó su madre, nunca dudó que todo fue por salvar su vida, ante la fuerza dictatorial de un país gobernado por corruptos.
P.D: aunque se desarrolla el relato en América Latina, podía haber sucedido en muchos países del mundo donde gobiernan las dictaduras.