Calella, fin de año 2050
Queridos amigos, hoy quiero contaros una historia muy especial.
Los hechos sucedían en una ciudad de la costa mediterránea, concretamente en un lugar del Maresme. Era el último día del año, la ciudad como siempre estaba llena de vida y alegría. Desde la mañana temprano, las calles estaban llenas de gente, muchos de ellos extranjeros, la mayoría ingleses y alemanes (el turismo era la mayor riqueza del municipio). Todos vestidos con sus mejores galas, las calles estaban todas iluminadas las 24 horas del día. El último día del año era muy importante y no podía faltar nadie.
A través del ayuntamiento, se alquiló un hotel para que los sin techo (no eran de esta ciudad, aquí la gente vivía bien) pudieran pasar las navidades.
En todas las calles se encontraban grupos de personas cantando “nadales” o villancicos, era una de las mejores fiestas que se celebraban.
Las tiendas, cafeterías y restaurantes estaban abiertos, todos ofrecían ofertas especiales para los visitantes de fuera, que todo el mundo se pudiera llevar un buen recuerdo.
La gente se reunía en los cafés y restaurantes después de comprar los últimos regalos para tomar un pequeño refrigerio. Los dependientes de las tiendas y las cafeterías, estaban felices de poder atender a los visitantes, todo el mundo tenía detalles con ellos, valorando el esfuerzo de estar trabajando dejando la familia en casa.
A partir de las ocho de la tarde, la ciudad se llenaba de música y baile, en cualquier esquina o plaza había fiesta. Los lugareños comían temprano para poder estar en la calle celebrando con todos los turistas que los visitaban.
La unión entre los locales y los visitantes era total. Las calles estaban limpias, nadie recuerda en la ciudad quién fue el último en tirar un papel al suelo. Los dueños de los perros, recogían la caca y fregaban el suelo (el ayuntamiento colocó hace tiempo unos pequeños armarios para que se usaran en esos menesteres).
Casi todos los visitantes venían en coche particular, la bolsa de parkings gratuitos era tal que incluso los del pueblo vecino, creo que se llama Pineda De Mar, venían a aparcar en el lugar.
Los niños corrían por las calles a jugar en los increíbles columpios que tenían en todas las plazas.
Al llegar la noche, era tal la cantidad de luz que tenían por las calles que no necesitaban encender las farolas habituales.
Faltaba muy poco para las campanadas de media noche. Todo el mundo estaba en la plaza de la Iglesia: alcalde, concejales, etc., no quería faltar nadie al comienzo del año con su gente, la gente que les votaron en las últimas elecciones. Por cierto, estaba tan unido el pueblo que solo se presentaba un partido a las elecciones, todo el mundo estaba contento con la gestión del alcalde. Empezaron las campanadas: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12. Al ritmo de las campanas, los asistentes se comían la correspondiente uva (detalle del ayuntamiento, como cada año).
La fiesta continuaba por todas las calles y los locales hasta que el cuerpo aguantara, los vecinos estaban felices de irse a la cama escuchando la felicidad en su pueblo. Nunca jamás nadie se quejó de ruidos o alborotos en la calle, eran tan educados los que celebraban que siempre miraban de no molestar.
Las personas de otras religiones no se sentían molestos por esta fiesta, al contrario, se unían a ella, en una hermandad nunca vista.
De esta manera, querido amigo que estás leyendo, acabó la fiesta del año nuevo en una localidad costera del Mediterráneo. Espero que hayas sentido la alegría y esperanza que llenaba esa ciudad.
Antes de marcharme, quiero contaros un par de anécdotas vividas esa maravillosa noche.
Una pareja de ancianos, cuando se dirigían a la celebración, se confundieron de camino y terminaron en una plaza equivocada, donde se encontraron un grupo de jóvenes que cantaban y bailaban al son de una música, creo que se llama reguetón. Al verlos llegar se pusieron muy contentos, ofreciéndoles algo para beber sin alcohol (los jóvenes del pueblo no bebían alcohol), los ancianos pensándose que era la fiesta oficial se pusieron a bailar y cantar con ellos toda la noche. Al marcharse a descansar, no podían quitar de su rostro la sonrisa de felicidad.
Otro de los sucesos fue cuando, durante los fuegos artificiales, una niña se despistó de sus padres. Pararon la música y todo el pueblo se puso a buscarla; al final la encontraron y la devolvieron a sus preocupados padres y la fiesta pudo seguir. Pequeñas historias de una ciudad, espero que os haya gustado.
Feliz Navidad,
feliz san Esteban y por supuesto…
feliz año nuevo.