Navidad diferente

2023-12-11T15:36:02+01:0011/12/2023|

El hombre estaba tirado sobre unos cartones en una tienda cerca de Plaza Cataluña, en Barcelona. Su nombre era Francisco; este hombre tenía muy pocos recuerdos de la Navidad. Bueno, en realidad si tenía, solo que evitaba recordarlos; evocando alguno de ellos, todos estaban llenos de tristeza y dolor.

Hace aproximadamente 20 años tomó una decisión, una decisión que le seguiría toda su vida. Decidió salir de su casa en busca de tabaco, quería buscar una libertad que él creía necesitar, dejar atrás todo y ser libre. Las brillantes luces y el sonido de los villancicos lo único que le aportaban eran sus recuerdos de la soledad.

Francisco hace mucho que no sabe lo que es el calor de una chimenea compartida, ni siquiera un:

—Feliz año nuevo —pronunciado por un ser querido.

Mucho menos las risas de un niño abriendo sus regalos debajo del árbol.

En lugar de eso, paseaba por las frías calles de una ciudad como Barcelona en invierno, tratando de olvidar su error y dejando atrás su pasado.

Un año todo cambió.

Aquella fría noche de diciembre, mientras buscaba un sitio donde refugiarse esa madrugada, tropezó con una bolsa de basura que se encontraba en el suelo. La caída no fue grave, pero la poca energía que tenía su cuerpo por la falta de alimentos, la hizo más considerable para los transeúntes.

Entre las personas que le estaban ayudando, destacaba los ojos brillantes de una joven chica, ella se llamaba Marisa.

Sus ojos y su sonrisa iluminaban todo a su alrededor, todas las personas que le ayudaron poco a poco se fueron marchando, solo quedó ella.

Hablaron durante un par de horas. A Francisco no le dolía nada del golpe, mientras charlaba con ella se sentía feliz.

Ella le contó sus sueños: quería ser doctora, le contó también como era su familia, la única pega era que no estaba su padre con ella, se marchó de viaje a Sudamérica en busca de dinero para ayudar en la casa. Era un hombre fabuloso, cada mes le mandaba dinero a su madre para que no les faltara de nada, aunque su madre también trabajaba mucho.

—¿Y tu, Francisco, de donde eres? —preguntó la joven.

—Mi vida no tiene importancia, prefiero no hablar de ella. ¿Cómo se llamaba tu padre? —preguntó él.

—Se llama como tú, Francisco.

Francisco sintió un pinchazo en el estómago.

Por varias cosas que ella le estaba diciendo, era el padre.

Era él, el hombre que había dejado atrás a su familia, el que odiaba las Navidades desde hace 20 años. La verdad le golpeó fuertemente: Marisa era su hija.

El corazón de Francisco se llenó de remordimiento. ¿Cómo podía haber sido tan ciego, cómo pudo en su día dejar a una familia que le amaba?

Decidió que era el momento de enmendar sus errores y pedir sincero perdón.

—Me gustaría hablar con tu madre, Marisa.

—Si quieres puedes venir a cenar en Nochebuena a casa, siempre tenemos un sitio para algún pobre sintecho como tú.

—¿Y tu madre que opinará?

—Cada año llevamos a uno a casa, no te preocupes.

Marisa le apuntó su domicilio en un papel.

—Gracias muchacha, estas Navidades serán muy importantes para mí.

Cuando ella se marchó, Francisco se puso a llorar como un niño.

Veinte años después pudo ver a su hija, aquella que, siendo casi un bebé, dejó abandonada.

Faltaban dos días para el 24; en estos días, pidió dinero a la gente que pasaba por la calle, en estas fechas la gente tiene el don de la generosidad más a flote. Se compró ropa y se cortó el pelo, aprovechó para visitar también una ducha pública. Era una persona completamente diferente.

Estaba en la puerta, el miedo le impedía tocar al timbre. Se dio la vuelta y se marchaba otra vez sin dirección. Cuando estaba a cien metros del lugar se paró en seco, giró sobre sus pasos y firmemente se dirigió a la puerta. Ni se lo pensó, el “ring ring” del timbre aceleró su tensión.

¿Cómo reaccionaría su esposa?

Fue María, su esposa, la que abrió la puerta.

Las miradas se mantuvieron durante más de un minuto, solo la presencia de Marisa los sacó de aquel trance.

—Mamá, este señor es Francisco.

Apenas pudo acabar la frase cuando sus ojos vieron el cambio, ¿pero por qué estaban llorando los dos?

María lo abrazo fuertemente, en ese momento Marisa empezó a entender la situación y se unió al abrazo, sumando su llanto a la pareja. El abrazo duró mucho, nadie quería separarse después de tanto tiempo.

No pudieron comer nada, los nervios no les dejaron. Cuando Marisa se marchó a la cocina, Francisco le preguntó a María:

—¿Por qué te inventaste que yo mandaba dinero cada mes?

—Yo sabía que un día volverías, no quería que tu hija tuviera una mala idea de su padre.

—Gracias, espero que me perdones. Puedes contarle la verdad a la chica, fui mala persona con vosotras.

Acabadas esas palabras, Francisco se levantó dirigiéndose a la puerta.

—¿Dónde vas? —preguntó María.

—A la calle, ya sé que estáis bien y no quiero romper vuestra armonía y tranquilidad, despídeme de Marisa.

—Francisco, quédate, volveremos a ser una familia.

Esas palabras aceleraron su corazón, las lágrimas volvieron a sus ojos. Giró lentamente acercándose a María, se fundieron en un abrazo mientras se besaban. Cuando esto sucedía, Marisa salía de la cocina. Viendo lo que pasaba, se giró sentándose en una silla de la cocina mientras no podía parar de llorar de felicidad. A partir de aquel año, todo fue diferente.

Francisco decoró el árbol y cantó villancicos compartiendo risas alrededor de la mesa, encontrando al fin la paz que tanto buscaba.

Marisa acabó siendo doctora, la felicidad que ese día sintió solo era comparable a aquellas Navidades que ayudó a un vagabundo.

En estas fechas de luces, abrazos y felicidad, no olvidemos que hasta el corazón más roto puede sanar, que el perdón y el amor pueden hacer crecer un nuevo horizonte y un pequeño suceso en nuestro día a día, puede cambiar nuestro futuro.

Feliz Navidad.

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