Amor imposible
Fue un 28 de noviembre cuando Verónica dio a luz. Era un día muy lluvioso cuando llegó el momento de la verdad. Era una sensación extraña la que sentían; por su situación económica no podían mantener a ningún hijo, para complicar un poco más la cosa no venía uno, venían dos. No les quedaba más solución, tenían que dar los niños en adopción, muchas familias estaban deseando poder adoptar un hijo.
Los tramites fueron fáciles, una vez la madre y el padre dieron la autorización pertinente, los niños ya eran adoptables para cualquier persona, que por un módico precio pudieran adoptarlos.
A la niña la llamaron Elisa y al niño Fernando.
Elisa fue adoptada por una joven pareja de enamorados que no podían tener hijos, su residencia sería en Paris (Francia). El chico tenía un destino más lejano, Japón, una pequeña aldea de ese lugar.
Los años fueron pasando y Elisa se convirtió en una guapa y ágil bailarina de ballet clásico. Fernando era mecánico, colaborador habitual de diversas escuderías de Fórmula 1.
Un día, Fernando, junto a todos los compañeros, fue invitado a ver una representación de ballet clásico en el lugar que tenía carrera esa semana, concretamente Montecarlo.
Una vez acabada la representación, estaba tan emocionado, que pidió poder saludar a todos los bailarines para agradecerles el gran trabajo.
Uno por uno fue felicitando a todos los que actuaron en la obra. Una de las últimas fue Elisa, cuando se miraron los dos a los ojos saltaron chispas.
—Cuando vengáis a Japón me gustaría que actuarais en el lugar donde vivo.
—Por supuesto, en breve viajaremos a Japón y estaremos tres meses —contestó Elisa.
Ella le pasó su teléfono apuntado en un papel para estar en contacto cuando estuviera en el país nipón.
Fernando soñó muchas veces con esa chica tan guapa, estaba deseoso de que la compañía de baile llegase a su lugar de residencia. Como todo en esta vida, al final llegó el día en el que actuarían en la ciudad, no solo eso: además se quedaría tres meses en la ciudad.
Hablaron varias veces por teléfono, él sin avisarla había asistido casi cada día a las representaciones desde un palco privado.
Fernando no quería reconocerlo, pero estaba enamorado de aquella criatura tan hermosa y ágil.
—Me gustaría quedar para cenar después de la representación.
—Encantada de aceptar, espérame en la salida de los artistas al final de la actuación —respondió Elisa. El corazón se le salía del pecho solo de pensar en aquel chico tan educado y de fácil conversación.
Fernando la llevó a uno de los mejores restaurantes del país, un ramo de flores le llegó al final de la representación.
Ella se presentó con un vestido rojo ceñido a su cuerpo, parecía una diosa. Él estaba elegante con su traje negro.
Esa noche hablaron y hablaron de muchos temas. Al despedirla, él le quiso dar un abrazo de cariño por todo lo bueno que sucedía entre ellos. Al abrazarla, una visión le dejó en shock: en la espalda, a la altura del omoplato izquierdo, ella tenía una mancha en forma de mariposa.
—¿Esa mancha es un tatuaje? —preguntó él.
—No, esa marca la tengo de nacimiento.
—No puede ser, esa marca es igual que la mía —acto seguido se quitó la chaqueta y la camisa para demostrárselo.
La cara de sorpresa de ella no podía disimularla.
—Es curioso creo que es una jugarreta del destino que nos quiere unir.
—No se qué decirte, estoy muy confundida en este momento.
—Sea lo que sea, necesito besarte.
—Yo creo que también lo necesito —contestó ella.
Se fundieron en un beso de amor que se alargó por varios minutos.
—¿Puedo subir a tu habitación? —preguntó Fernando.
—No, no estoy preparada, dejemos que lo nuestro fluya por si solo.
Se siguieron con la mirada el uno al otro, en el fondo no se querían separar, querían estar juntos para siempre.
Al día siguiente, Fernando le comentó a un profesor de la universidad lo sucedido.
—Las personas que comparten manchas o marcas en la piel de nacimiento tienen bastantes números de ser hermanos, pueden ser de padre, de madre o de ambos —esa información dejó a Fernando meditando sobre ello.
—¿Cuál es la forma de estar seguro?
—La única forma de estar al cien por cien seguros es realizar la prueba de hermandad.
Fernando se lo explicó a Elisa; tenían que realizarse esa prueba, era todo muy extraño.
—Pero si tú vives en Japón y yo en Francia, ¿como vamos a ser hermanos?
—No lo sé, lo único que sé es que mis padres alguna vez hablaban en su habitación que un día u otro me lo tendrían que decir.
—¿A qué se referían? —preguntó Elisa.
—Sospecho ahora a qué se refería —con lágrimas en los ojos respondió Fernando.
En el laboratorio los estaban esperando. La prueba fue rápida, la respuesta la tendrían en 24 horas.
En la sala estaban los dos frente a la persona que les daría los resultados. Se miraban a los ojos mientras no se soltaban de la mano.
—Después de tener los resultados de la prueba, podemos dar un resultado al cien por cien de seguridad en acertar: ustedes dos podemos afirmar que son hermanos.
Los dos se pusieron a llorar abrazados. Estaban perdiendo un amor, pero estaban ganando un hermano que no sabían que existía.