Secuestro (II)
El mes fue pasando muy lentamente, estaban en Paris y no podían disfrutar de esa magnífica ciudad, en sus cabezas solo estaba el pensamiento de Ángel.
—¿Donde estará? —se preguntaban una y otra vez.
Al fin llegó el día, ya no les impresionaba la grandeza de las aeronaves, solo estaban deseando volar a Norte América. Tenían que encontrar a su hijo, costara lo que costara. Si les pareció grande el aeropuerto Charles De Gaulle en París, ahora que estaban aterrizando en el más grande del mundo, el Harttsfield-Jackson de Atlanta, les pareció inmenso.
Dos meses estuvieron vagando por todos los estados de Norte América. La colaboración de los cónsules de su país fue muy importante para costear todos los traslados de avión de un estado a otro.
En algunos barrios pasaron auténtico miedo (Kansas, Oregón, California, Los Ángeles), todas las ciudades tienen algún barrio marginal con un alto índice de asesinatos. Ellos el único que conocían por el nombre era el Bronx, se sorprendieron que en realidad no era tan inseguro como contaban en las películas, solo cierta parte de él era un poco más peligroso.
Nada, ni rastro de su hijo. La policía estaba al tanto de su búsqueda y les ayudó en todo lo que pudo. Finalmente decidieron visitar el barrio de Harlem, el barrio latino de Manhattan. Fueron acogidos como auténticos hermanos, les ofrecieron alojamiento y comida y por supuesto toda la ayuda posible para encontrar a Ángel.
Pudieron charlar con diferentes familias que habían pasado por hechos parecidos, desgraciadamente todas les daban el mismo mensaje.
—No perdáis el tiempo, esas mafias son muy poderosas y nunca aparecerá, a nosotros nos pasó lo mismo y nunca apareció.
Escuchar esas frases hacían llorar a los padres.
—Hasta el fin de nuestras vidas lo buscaremos—respondían contundentemente. Alguien les sugirió que fueran a México, en ese lugar también desaparecían niños de forma extraña.
Los padres no se lo pensaron.
Tres días después estaban embarcando en un nuevo avión hacia México, la única ventaja que tendrían en ese estado era el idioma, podrían entenderse sin ningún tipo de problemas.
Cuando parecía que estaban a punto de rendirse, un anciano que descansaba en la calle les llamó la atención.
—Hace unos meses yo vi un chico de las características del suyo.
—¿Dónde? ¿Con quién? Dime un lugar —le gritó el padre.
—Viajaba en una caravana de gitanos rumanos, estuvieron unos días aquí y luego se marcharon a su país.
—¿Dónde está ese país? —preguntó el padre.
—Por lo poco que pude yo estudiar, está en Europa, en el centro de Europa.
Los padres se dirigieron a la embajada de su país para hablar con el embajador y explicarles su situación. La autoridad no dudó en proporcionarles pasajes de avión a Rumania y algo de dinero para sobrevivir.
Parecía que al fin estaban en una pista fiable.
Una vez en Rumania, los padres visitaron los barrios más marginales, entre ellos los de la ciudad de Bucarest (Rahova y Ferentari). Ya sabían a lo que se exponían y estuvieron atentos para que no les robaran al mínimo descuido. Entraron en un sucio bar, preguntaron al camarero y este les indicó donde solían parar las caravanas de gente que cometían ese tipo de actos.
También les dio una dirección de una asociación que se dedicaba a rescatar niños robados como Ángel.
Los padres, siguiendo las indicaciones del camarero, localizaron una caravana con bastantes niños, hablaron con los gitanos.
Aunque no encontraron a Ángel entre ellos, estaban seguros de que estaban en el buen camino. Alguno de los chicos eran sospechosos de haber sido secuestrados, no hablaban por miedo a los captores.
El siguiente paso era la asociación que ayudaba a salvar a los niños secuestrados. Buscaron desesperadamente la dirección que les dio el camarero, pero nunca había nadie en ella. Un vecino les dijo que le dejaran un número de teléfono y cuando ellos llegaran les llamarían.
Tuvieron que comprar un móvil, el dinero ya se estaba acabando pero era necesario. Una vez con el móvil, le dieron el número al vecino y se marcharon. Varios días después el teléfono sonó.
—Creo que tenemos una pista sobre el paradero de su hijo.
—¿Dónde? Díganme dónde y lo voy yo mismo a rescatar.
La voz del teléfono les dio una dirección donde se encontrarían para ir a rescatar al chico.
—Nos encontraremos a las 8 de la tarde, no se retrasen.
Una vez se encontraron en el lugar les hablaron claro.
—Hemos encontrado una casa en las afueras, creemos que su hijo está en ella.
—Vamos ahora mismo, necesitamos estar con nuestro hijo.
Subieron al coche junto a los tres hombres de la asociación de ayuda.
Cada vez se percibía más soledad en los alrededores del coche. La velocidad era lenta pero constante, a lo lejos se veían las luces de un caserón.
El coche se detuvo entre unos árboles del camino.
—Tenemos que acercarnos lentamente, su hijo puede correr peligro si nos descubren.
¿Que encontrarán en esa casa?
Lo sabremos la semana que viene.