Secuestro
Alejandro y María eran una pareja como tantas otras. La economía doméstica muy baja, eran pobres, pero a cambio tenían una gran riqueza: su riqueza era el amor que tenían el uno para el otro.
Vivían en un pequeño pueblo de América Latina donde el sol brilla cada día, todo el mundo se conoce en el pueblo. Eran trabajadores incansables, siempre se esforzaban en poder darle lo mejor a su hijo, Ángel, un niño de seis años con su piel morena y los ojos negros brillantes como el azabache.
Un día todo cambió para esta pareja: el pequeño Ángel desapareció. Al principio, los padres pensaron que se había despistado mientras jugaba en el parque, pero las horas fueron pasando y el chico no aparecía. La desesperación empezó a ser patente en la pareja y los vecinos que lo buscaban.
Pasaron las primeras veinticuatro horas y ni rastro, las caras de los vecinos que lo buscaban eran caras de desesperación y tristeza, nunca pasó nada parecido en el pueblo.
Después de pasar el tercer día, los padres estaban seguros de que algo grave pasó con el muchacho, la policía lo confirmo al cumplirse una semana.
—Su hijo ha sido secuestrado por una banda de traficantes de niños.
La noticia dejó en shock a la pareja, solo pudieron romper a llorar desesperadamente.
—¿Por qué nos hacen esto a nosotros?—repetían una y otra vez.
Los padres estaban devastados, estaban dispuestos a cualquier cosa para encontrar a su hijo.
Vendieron sus pertenencias, los amigos también les ayudaron dentro de sus posibilidades. Al llegar a la gran ciudad se encontraron perdidos, no sabían hacia donde dirigirse. Un policía que los vio tan fuera de lugar se acercó a ellos por si necesitaban ayuda.
—¿Les puedo ayudar en algo?
Alejandro le explicó lo sucedido y que querían marchar a Europa, sitio donde habían sido encontrados anteriormente niños desaparecidos en la misma situación que el suyo.
El agente, muy comprensivo, les indicó detalladamente hacia donde se tenían que dirigir para llegar al aeropuerto, a pesar de estar muy lejos decidieron ir caminando, no podían desperdiciar el dinero sin saber lo que tardarían en encontrar a su hijo. De una cosa sí que estaban convencidos, lo encontrarían estuviera donde estuviera.
Después de varias horas caminando, al fin llegaron al aeropuerto, jamás anteriormente habían visto algo parecido, solo en las películas.
Se acercaron a uno de los mostradores donde se podían adquirir pasajes.
—¿En qué les puedo servir?
Fueron las primeras palabras que les dirigió el joven que luciendo una bella sonrisa se dirigió a la pareja.
Esta vez fue María la que le explicó lo sucedido, sin obviar detalle.
—Si quieren ir a Europa, este continente también es muy grande, tendrán que decirme a qué país concretamente quieren ir.
Después de mucho hablar con el paciente vendedor, tomaron la decisión.
—Dos pasajes para Francia, la ciudad que tiene esa torre de hierro tan grande.
No conocían nada, solo que ver esa gigante torre en las fotos de la publicidad, les llamó mucho la atención.
—Aquí tienen los pasajes para Paris, espero que tengan suerte.
El avión no despegaba hasta el día siguiente por la tarde.
Todo lo que estaban viendo era nuevo para ellos, un avión tan grande no lo vieron ni en las películas.
Una vez acomodados en el avión, se cogieron fuertemente de la mano, sus miradas lo decían todo.
—Tenemos que encontrar a Ángel y traerlo a casa, cueste lo que cueste.
Fueron casi quince largas horas dentro de la nave, les ofrecieron comida, algo que ellos rechazaron, no podían comer nada, solo querían llegar y buscar a su hijo.
Cuando se estaban acercando ya a su destino, a través de la ventanilla podían divisar todo París, en otras circunstancias disfrutarían el momento, pero ahora todo era demasiado triste para disfrutar.
Durante quince días recorrieron todo París buscando a su hijo, los viajes en metro se los consiguió el cónsul informado por la policía de su país, no sin antes avisarles:
—No se metan en problemas o serán deportados a su país de vuelta —les avisó el cónsul.
No querían problemas, ya sabían que en caso de saber algo de su hijo, automáticamente tenían que llamar a las autoridades francesas.
En ningún momento sintieron miedo cuando visitaban algunos de los barrios más problemáticos de Paris (Goutte d’Or — La chapelle — Pigalle — La villette o Meridien) a pesar de que los ojos no se los quitaban de encima los oriundos.
Tan solo en el último de los barrios, sintieron temor, pero no por ellos.
La policía estaba buscando a un chico de unos siete años en el canal de Saint-Martin, después de varias horas encontraron el cadáver del muchacho. Desde la zona que ellos estaban pudieron comprobar que no era su hijo. Era un muchacho de edad parecida, aunque físicamente muy diferente. Sintieron mucha pena por los padres del muchacho, nunca más lo volverían a ver con vida, se abrazaron y lloraron, pensando en su pequeño Ángel.
¿Dónde estará?
Pasados los quince días, la policía les convocó a una reunión para informarles que dudaban mucho que su hijo estuviera en Francia. Toda la policía francesa estaba alerta y los clásicos informadores policiales no sabían nada.
—Créanme, su hijo no está en nuestro país, les aconsejo que vayan a Estados Unidos, allá también hay mucha demanda de niños, muchos son utilizados para la prostitución infantil.
Los padres rompieron a llorar solo de pensar en esa posibilidad.
El cónsul les ayudó a conseguir el visado, tardarían un mes en poder viajar, al menos les consiguieron alojamiento y comida durante ese mes.
La semana que viene continuamos con la búsqueda.