Horror en el andamio (II)
En el momento que los trabajadores empezaron a remover los hierros del andamio en busca de la persona que estaba en él, en el momento del derrumbe, aparecieron el jefe y su hijo, visiblemente muy nerviosos, el suceso hacía poco más de un minuto que sucedió.
—No toquéis los hierros —gritó el hijo del jefe.
—Pero patrón, Walter tiene que estar entre ellos.
—¿Walter? ¿Qué Walter? Venid todos aquí rápidamente —chilló el hijo.
—Salid a la puerta del edificio. Cuando lleguen la policía y las ambulancias, les decís que no pasó nada, cayó el andamio cuando nadie trabajaba. ¿Entendéis? —gritó el hijo del jefe—. Mi padre y yo nos quedaremos aquí, vigilando que todo esté bien.
—Pero patrón, nosotros vimos como Walter subía al andamio.
—Si alguno de vosotros vuelve a nombrar a Walter, nos encargaremos de que no encontréis trabajo en España nunca más y que os lleven a vuestro país por no tener papeles en regla, ¿queda claro?
Los trabajadores se marcharon a la parte delantera del edificio esperando las autoridades y los sanitarios.
—Tenemos que buscar rápidamente a ese desgraciado antes de que la policía llegue —le dijo en voz baja el hijo al padre.
Solo introducirse junto al montón de hierros, en la parte del fondo, se vislumbraba una mano humana.
—Allá está, mira, se ve una mano, vamos rápido —apremió el hijo.
Rápidamente sacaron el cuerpo de Walter de entre el amasijo de chatarra. Extrañamente no sangraba por ninguna parte, todo fueron golpes sin sangrado.
—Vamos, lo dejaremos junto al edificio más cercano, no tiene ninguna identificación de la empresa.
—Hijo, parece que respira débilmente todavía, tendríamos que dejar que lo recojan las ambulancias.
—Papá, sería nuestra ruina, créeme, nadie pedirá explicaciones. Tú déjame a mí.
Padre e hijo arrastraron el cuerpo, con vida todavía, hacia un edificio cercano, justo en el momento que regresaron la policía hacía acto de presencia en el lugar.
—¿Hay algún herido, trabajaba alguien cuando sucedió?
—No, estaban todos en la parte de delante, suponemos que la lluvia reblandeció la tierra y causó la caída del andamio —respondió el hijo rápidamente.
—Echaremos un vistazo para comprobarlo —respondió el mando policial.
Estando la policía chequeando la zona sonó el walkie, por el altavoz se pudo escuchar claramente:
—Código diez cero, varón encontrado en la calle, fallecido, cerca de vuestro punto. Acercaros para controlar la situación.
—Diez cuatro, vamos hacia el lugar.
—Que nadie se acerque, volveremos más tarde para inspeccionar, paren los trabajos por hoy —ordenó secamente el primer policía a los dos familiares.
Una vez marcharon los guardias, padre e hijo continuaron con su estrategia.
—Nada de esto a nadie, no conocemos a ese hombre y nunca trabajó para nosotros, entró a robar en la obra y sucedió el derrumbe, yo hablaré con los demás, tranquilo papá, todo irá bien.
La policía estaba ya junto al cuerpo encontrado en las cercanías de la obra que visitaron. El hombre murió de golpes a simple vista, aunque ningún rastro de sangre, ninguna documentación.
El cuerpo de Walter lo llevaron al anatómico forense en la Ciudad de la Justicia de Hospitalet de Llobregat. La esposa de Walter intentó ponerse en contacto con los jefes, no sabía dónde tenían la empresa ni quienes eran. Llevaba Walter varios días sin aparecer por casa, tampoco sabía quiénes trabajaban con él, solo recordaba a uno jovencito que alguna vez los saludaba por la calle. Walter siempre le decía que era un compañero de trabajo, pero no sabía dónde vivía. Estaba muy preocupada, no era normal.
La policía científica certificó que la muerte se produjo por múltiples golpes, como si hubiera caído rodando por una montaña rocosa. La policía interrogó a los trabajadores; ninguno sabía quién era, a pesar de la sospecha de que provenía del mismo lugar que ellos, Figueras.
Cuando interrogaron al padre y el hijo fueron directos al grano:
—¿Trabajaba para ustedes esa persona?
—No, no le conocíamos de nada —respondieron los dos.
—¿No estaba en el andamio cuando ocurrió?
—No, ya le dijimos que no trabajaba con nosotros, si hubiera subido al andamio sería para robar herramientas.
La policía no pudo sacar nada en claro. Estaban seguros de que estaba en la obra, pero no podían demostrarlo.
Un día, a María Fernanda, la esposa de Walter, le llego una carta anónima. Una carta que le decía: “Tu marido…”
¿Qué le explicaban en la carta? Lo sabremos la semana próxima.
Continuará.