Salida dominical
Como cada fin de semana, Jordi salía en bicicleta de montaña junto a su hijo Marc. Les gustaba mucho hacer rutas y siempre salían juntos. Jordi tenía 48 años, estaba casado con María y su hijo Marc tenía 12 en el momento en el que sucedió esta historia.
Salían temprano todos los domingos si hacía buen tiempo. Siempre delante Jordi para enseñarle la ruta buena a Marc, y el chico siempre vigilando a su padre para no quedarse atrás. Eran una pareja modélica, el chico obedecía todas las instrucciones.
—Marc, cuando acabemos esta subida pararemos a almorzar en una llanura que hay en lo alto de la montaña —le comentó el padre al hijo.
—Vale papá, yo ya tengo mucha hambre.
Diez minutos después estaban padre e hijo bajo la sombra de un frondoso árbol, degustando los bocadillos que les había preparado María.
—Hoy llegaremos a la cima de aquella montaña —le dijo el padre al hijo.
—Parece muy lejana, papá.
—Si, hoy llegaremos un poco más tarde a casa, pero ya se lo comenté a mamá para que no se preocupara.
El hijo asintió con la cabeza. Acabado el almuerzo hicieron un pequeño pipí junto al árbol para a continuación coger las bicicletas y reemprender la marcha.
Marc empezaba a estar muy cansado pero no se quejaba, intentaba seguir el ritmo de su padre, Jordi, que de vez en cuando se giraba y comprobaba que le seguía su hijo.
Cuando ya estaban en la cima se pararon y Marc jadeaba fuertemente. Le había costado mucho llegar, pero la felicitación de su padre le hizo olvidar todo el cansancio.
—Descansaremos diez minutos y empezaremos a bajar —avisó el padre— Marc, hay que tener mucho cuidado en las zonas en las que hay arena, puede ser muy peligroso si llegas muy deprisa, el freno úsalo lo justo —le aconsejó.
El cielo empezó a ponerse muy oscuro y se levantó un poco de viento, todo parecía indicar que vendría tormenta. Intentaron hacer el descenso lo más rápido posible, pero el viento no les dejaba avanzar con la celeridad que ellos querían.
El estruendo que produjo el primer trueno asustó a Marc, nunca había escuchado un trueno tan fuerte. La tormenta cada vez se acercaba más y ellos no habían descendido ni una quinta parte de lo que les quedaba. Las primeras gotas de agua empezaron a caer, la visión del rayo deslumbró a los dos, la tormenta se estaba acercando a marchas forzadas.
El siguiente trueno sonó como un terremoto, tembló todo. Jordi no recordaba una tormenta con la fuerza de la que se estaba acercando, estaba muy preocupado por su hijo, era peligroso estar en la montaña con esa tormenta.
En una de las curvas, Marc derrapó con la rueda de delante de su bicicleta y cayó de bruces hacia el suelo. El golpe fue duro, pero lo más doloroso es que su padre no se había dado cuenta de su caída y seguía bajando por el camino.
Marc empezó a gritar.
—Papá, papá, papá —pero Jordi no escuchaba nada y la lluvia le empezó a dificultar la visión.
Jordi paró un momento en su bajada para indicarle a Marc qué pensaba hacer para refugiarse en algún lugar, se giró y sintió pavor al comprobar que su hijo no le seguía.
Giró la bicicleta para volver por lo ya andado en busca de su hijo, al llegar a lo alto de un repecho vio como Marc estaba en el suelo llorando y su bicicleta entre los matorrales.
Marc miró hacia donde bajó su padre hacía un rato y distinguió su silueta, volvía por él. Intentó secarse las lágrimas de los ojos, pero era imposible por la cantidad de agua que caía. Su padre se acercaba poco a poco, estaba todavía a una distancia de unos cincuenta metros.
El rayo cayó justamente en el árbol junto al que pasaba Jordi en ese momento, fue tan fuerte que la onda del rayo lo dejó completamente inmóvil. No podía moverse, no podía oír nada, el rayo estuvo a punto de matarlo, pero todavía estaba vivo.
Marc se levantó y corrió hacia su padre, que yacía en el suelo prácticamente inconsciente. ¿Qué podía hacer él? Pensó en todo lo que le habían enseñado en el colegio sobre rayos y truenos.
Empezó a arrastrar a su padre de la zona donde estaba, estar tan cerca del árbol era un peligro y más ardiendo como estaba.
Miró a su padre cuando ya estaba fuera de la zona del árbol y se horrorizó, el rayo había quemado parte del cuerpo de su padre. Marc se puso a llorar, no sabía qué hacer.
Fue para coger las bicicletas y llevarlas donde estaban ellos, pero en ese momento le vino a la memoria que en caso de estar en medio de una tormenta en la montaña tenía que alejarse de todo lo metálico. Dejó las bicicletas lo más alejadas de ellos, también sacó todas las cosas metálicas de los bolsillos y las dejó junto a las bicis.
Llevaba varias horas ya, la lluvia empezó a amainar y el sol se estaba escondiendo tras las montañas. Calculó el tiempo que llevaba y por la oscuridad supuso que tendría que ser media noche, seguro que los estaban buscando, su madre avisaría y los vendrían a buscar.
El ruido entre la maleza le asustó, su padre prácticamente seguía inconsciente, no le podía ayudar en nada. Se estuvo inmóvil hasta comprobar qué eran esos ruidos.
Un jabalí enorme se acercaba donde estaban ellos y le seguían algunos más. Marc estaba temblando de miedo, aquel animal enorme los podía matar si embestía contra ellos.
Los animales estuvieron más de tres horas escarbando muy cerca de donde estaban ellos y el mayor no les quitaba la vista. Cuando se marcharon Marc pudo relajarse y caer rendido de sueño.
—Chaval, chaval —estas palabras despertaron a Marc.
Abrió los ojos y se asustó, un hombre con una escopeta estaba frente a él.
—No te asustes, somos cazadores. ¿Qué pasó, qué hacéis aquí? —preguntó el cazador.
Marc les explicó todo lo que les pasó, los cazadores llamaron al 112 para pedir ayuda, unos minutos después un helicóptero aterrizaba en un lugar cercano y evacuaba al padre y al hijo.
Marc salió del hospital dos días después y el padre estuvo tres meses para recuperarse del impacto del rayo, las secuelas, una parte del cuerpo quemada y pérdida del 80 por ciento de la capacidad auditiva, pero estaba contento porque estaban vivos los dos.