Verbena explosiva
Como cada año cuando se acercaba San Juan, los niños del pueblo preparaban las hogueras que quemarían la noche de la verbena. En el pueblo siempre había cuatro hogueras, las de los cuatro barrios más importantes. Era una competición para ver quien tenía la hoguera más bonita y más grande. Este año no sería menos y ya estaban en marcha por grupos para recoger la madera.
Cada año a las diez de la noche en punto, cuando sonaba el campanario del pueblo, los chicos que habían participado en la recogida de la madera se ponían en círculo alrededor de la hoguera cada uno de ellos con un petardo grande preparado para tirarlo dentro del fuego que empezaba a arder. Mientras Juan y sus amigos buscaban madera por el pueblo se les acercó un hombre que les preguntó.
-¿Queréis muebles para la hoguera?
-Si, por supuesto, señor -contestó Juan.
-Pues tendréis que venir a buscarlos a casa de mi abuelo, que era Jesús el minero -respondió. Jesús el minero tenía ese nombre porque trabajó en la mina toda su vida, era el barrendero oficial de la comarca.
-¿Cuando le va bien que pasemos? -preguntó Juan
-¿Esta tarde a las seis os va bien?-
-Claro, en punto estaremos en la puerta.
A las seis en punto, Juan y sus amigos estaban en la puerta.
-Hola chicos, sois puntuales, eso me gusta, vamos para dentro.
Una vez dentro, el hombre les enseñó todos los muebles que se podían llevar, prácticamente todos menos una mesa. Los chicos empezaron a acarrear los muebles de uno en uno para una vez en el sitio romperlos para formar la hoguera, este año la suya sería la mejor, estaban seguros. Tres horas después ya se llevaban el último mueble, lo empezaron a desguazar cerca del sitio y al abrir uno de los cajones se encontraron una caja de madera que ponía DANGER HIGH EXPLOSIVE. Los chicos abrieron la caja y encontraron una especie de petardos más grandes y parecían viejos, los ojos se le pusieron como platos: eran los petardos más grandes que habían visto nunca. Llegaron a un acuerdo, los guardarían para encender la hoguera, sería la más espectacular y la de mejores petardos, estaban seguros. Continuaron los siguientes días recogiendo más madera, pero solo con lo que les dieron en la casa ya superaban a los demás, estaban muy felices.
Llegó el día de la verbena y todo se estaba preparando en las cuatro hogueras. Eran las siete y media y se marcharon a sus casas a comer para luego reunirse para encenderla y tirar los primeros petardos, que este año sería una sorpresa muy grande para todos. A las ocho y media ya estaban reunidos en casa de Juan para ir a la hoguera ya con los nuevos petardos. Cada uno cogió un petardo de los que encontraron en el mueble, seguro que era un regalo del hombre por llevarse todos los muebles, pensaron. A las nueve, un hombre entró en la policía para informar que una caja de dinamita estaba en manos de unos niños, estaba en un mueble de su abuelo y por error les dijo que se la podían llevar.
-¿Qué niños eran? -preguntó el sargento.
-No lo sé, soy nuevo, vine a arreglar la casa de mi abuelo, Jesús el minero.
-Conocemos la casa, pero tenemos que saber qué niños eran, ellos tendrán la dinamita en sus manos o dentro de la hoguera. Ya son las nueve y veinte, faltan cuarenta minutos para que empiecen a quemar, tenemos que darnos prisa.
Con solo un coche patrulla tendrían que darse mucha prisa o sucedería una desgracia, mucha gente moriría si la dinamita explotaba. Dos policías acompañaban al nieto del abuelo minero. Llegaron a la primera hoguera, bajando rápidamente el hombre miró a todos los chicos y no eran, tenían que seguir buscando. Quedaban tres y solo 27 minutos, el coche encendió la sirena cuando se dirigieron a la otra parte del pueblo en busca de la segunda, bajaron más rápido todavía del coche y se fueron hacia los niños. El hombre los miró y no los reconoció, no eran ellos, aunque uno se parecía; le preguntaron si él había ido a sacar los muebles de la casa del minero y dijo que no, que este año recogieron poca cosa.
Los policías y el hombre salieron hacia el coche patrulla escopeteados, no había tiempo que perder: ya eran las 21:50h, faltaban diez minutos y dos hogueras que visitar todavía. Aún podían evitar la masacre involuntaria que se avecinaba. El coche derrapaba al girar en las esquinas y las curvas de los caminos que le llevaban a la tercera. El hombre rezaba en la parte trasera del coche y se le caían unas lágrimas, por su culpa podía morir mucha gente de este tranquilo pueblo.
En la tercera, igual que en las otras dos, no reconocía a ninguno de los niños. 21:55h y les quedaba la última por visitar. Estaba a unos tres kilómetros, no llegarían a tiempo. Al sargento se le ocurrió una idea para intentar ganar un poco de tiempo: como pasaban por la iglesia, uno de ellos pararía y quitaría el sonido de las campanas, ya que ese era el aviso para empezar, frenó el coche y bajo el policía a la carrera hacia el interior del templo, le quedaban menos de 30 segundos para cumplir la orden dada por el sargento de que no sonaran las campanas. El coche arrancó derrapando a toda velocidad hacia la última hoguera.
Alrededor de la hoguera estaban los seis chicos con sus espectaculares petardos, esperando el sonido de las campanas. Parecía que algo fallaba, ya era la hora y no sonaba la campana. Juan habló con los demás y, en 30 segundos, si no sonaba la campana, empezarían igualmente, pues ya eran las diez.
El coche ya estaba a menos de 500 metros con la sirena y el claxon a tope para llamar la atención. Los niños pensaron que ese año ese era el aviso para encender las hogueras y empezaron a sacar los encendedores de sus bolsillos. Empezaron a acercar el mechero a la mecha en el momento que el policía y su acompañante gritaban.
-¡Parad, parad, no encendáis nada! -Los chicos no entendían nada, pero el escándalo les dejó bloqueados a todos menos a Juan, que desde la parte trasera no se había percatado del escándalo y continuó acercando el mechero al petardo. No encendía, la mecha estaría húmeda, y cuando al fin lo encendió, una mano le quitó el petardo de las suyas y lo lanzó fuertemente muy lejos de donde estaban. La explosión levantó una gran cantidad de tierra y polvo. Por suerte, nadie salió herido y desde ese año alguien mayor da las órdenes para encender las hogueras revisando todo el material pirotécnico.