Tesoro negativo
Eran un matrimonio normal, muchos años de lucha y sacrificios para sacar adelante a la familia. Tuvieron 3 hijos, a los cuales sacaron adelante con mucho esfuerzo, pero ya no trabajaban y por eso se hacían cargo de los nietos cuando sus hijos y sus parejas trabajaban. Tenían 5 nietos en total y el que más tiempo pasaba con ellos era el pequeño Ricardo. Apenas tenía dos años y era un terremoto, siempre estaba montando su fiesta. El abuelo desde su silla lo observaba y el niño siempre quería estar cerca del abuelo, quien siempre sonreía con las trastadas y las ocurrencias del pequeño. Como aquella vez que se escondió detrás del sofá con su pequeño cuerpecito y estuvieron más de una hora buscándolo. La abuela y la madre estaban desesperadas hasta que lo encontraron, el único que sabía donde se escondió fue el abuelo, que era cómplice de sus travesuras sin decir nada.
Otra vez cogió al perro de la familia y lo escondió dentro de un armario y toda la familia buscando al pequeño perro por toda la casa y el perro parecía también cómplice del niño porque no ladró ni nada durante su cautiverio. El niño era la alegría de la casa y estaba siempre con el abuelo, se cogía una silla pequeña y se ponía al lado, siempre mirando por si al abuelo se le caía los mocos él se los limpiaba y si alguna vez se le caía una lágrima al abuelo el pequeño se la limpiaba.
A veces, la abuela salía a buscar el pan a la tienda que estaba cerca de la casa y el pequeño Ricardo se quedaba con su abuelo, prefería estar con él que bajar a jugar al parque y como la familia lo sabía a veces los dejaban solos un ratito. El abuelo hacía ya cinco años que no salía de su casa, cuando hacia buen tiempo estaba en la terraza siempre mirando a la calle. Aquel día se presentaba como cualquier otro, la hija trajo a Ricardo temprano pues ella tenía que ir a trabajar a otro pueblo a 50 kilómetros. Trajo ropa para cambiar al pequeño por si se manchaba, algo que pasaba normalmente, el abuelo ya estaba en el comedor en su silla y la abuela haciendo las tareas de la casa. El pequeño Ricardo cogió su silla y se sentó junto a él, con sus palabritas empezó a contarle cosas a su yayo, lo que hacía en su casa y a lo que quería jugar, y le enseñó su tesoro el cual consistía en un caramelo de fresa.
–Mira abuelo que tengo, mira que grande –decía, mientras miraba al anciano para después ponerlo otra vez en su bolsillo y que nadie se lo quitara. El abuelo lo miraba y sonreía, acto seguido empezó a jugar a fútbol por el salón, con los ojos del abuelo siempre vigilando.
La abuela entró al salón y le riñó:
–Ricardo que romperás algo.
–No abuela, yo tengo cuidado y juego muy bien, no rompo nada.
Media hora después, la abuela llamó a Ricardo.
–Vamos Ricardo, que iremos a comprar a la tienda
–El yayo también viene? –Preguntó el niño.
–No, el abuelo no viene, vamos.
–Pues yo me quiero quedar con él.
La abuela dudo por un momento para luego decirle:
–Si me prometes que te portarás bien, te dejo.
–Si abuela, me siento y miro la tele hasta que tú vengas –eran cinco minutos, no pasará nada, pensó, otras veces ya se quedaron los dos solos. A continuación cerró la puerta con llave para que al pequeño no se le ocurriera salir fuera, pero el pequeño no tenía intención de salir a la calle, quería estar con su abuelo.
Pasados dos minutos, el niño desde el sofá le enseñó a su abuelo el tesoro, el gran caramelo de fresa. El pequeño lo abrió cuidadosamente, los papeles los llevó hasta el cubo de la basura y regresó al sofá. Miró con una sonrisa pícara al abuelo antes de ponerse el caramelo en la boca. Empezó a chupar la golosina y la sonrisa era indescriptible mientras miraba al yayo.
De repente abrió mucho los ojos y se echó las manos al cuello, no podía respirar. El caramelo estaba atascado y no dejaba pasar el aire. El niño miraba al abuelo, que desde su silla lo miraba horrorizado. Su nieto se estaba atragantando. El pequeño alargó los brazos hacia el anciano y el anciano solo lo miraba, no movió ni un músculo. El pequeño se levantó y empezando a ponerse morado, se acercaba a la silla del abuelo, el cual no movió ni un dedo hacia él. Solo abrió más los ojos y empezó a llorar. El niño cayó al suelo con un color violáceo muy pronunciado y el anciano solo lloraba sin moverse de la silla. Fueron unos minutos muy trágicos para él, ver como su pequeño dejaba este mundo por un caramelo y él desde su silla de tetrapléjico no pudo hacer nada para ayudarlo, solo llorar desconsoladamente hasta que llegara alguien, y él solo podía mirar el cuerpo del pequeño. Un accidente que sufrió no lo mató, pero este suceso lo dejó sin vida para siempre.