Inyección letal
El calendario marcaba sábado 12 de enero del 2030, hoy hace 10 años que sufre una pesadilla que todavía dura, tanto para él como para muchas más personas en el mundo. El despertador sonó a las 6:30h como cada día, lo paró y se levantó de la cama. Se acercó al lavabo, encendió la luz y abrió el agua de la ducha. Se miró en el espejo y no le gustó su aspecto: desde los ojos a la barbilla tenía la piel más blanca por el uso continuado de la mascarilla. Salió de la ducha y se secó, tenía ganas de estar con una mujer, pero las dichosas restricciones lo impedían, no podías estar con ninguna persona no conviviente, el castigo todo el mundo sabía cuál era y ese precio era muy alto.
Salió a la calle después de colgarse la identificación en la chaqueta donde ponía todos sus datos. FRANCISCO GARCÍA, CALLE MAGNOLIAS, 53. VACUNAS: PFIZER, MODERNA, ASTRA ZENECA, JANNSEN, NOVAVAX. LIBRE CIRCULACIÓN DE LUNES A VIERNES. Si no tenía todas las vacunas al día no podía salir a la calle y estaba totalmente prohibido reunirse con ninguna persona fuera de su burbuja, pero él vivía solo.
Todos los días pasaba los mismos controles a pesar de que ya le conocían. Los controladores, con sus trajes de protección totalmente cerrados, escaneaban su credencial desde una distancia de 4 metros. Los contagios eran mínimos, pero se seguían produciendo y en los controles cada día detenían a gente sin todas las vacunas al día. Si eso pasaba, eras encerrado durante 15 días en una celda de aislamiento y revacunado de todas las vacunas.
Los negocios de hostelería continuaban cerrados y muchos se transformaron en otros totalmente diferentes. Las residencias geriátricas ya no tenían gente mayor, todos fueron muriendo. En estos 10 años se transformaron en apartamentos y todo el que se reunía en público o privado con otra persona tenía el castigo máximo permitido por la nueva ordenanza mundial.
Francisco se dirigía a su trabajo porque dos veces a la semana tenía que hacer acto de presencia y encerrarse en su oficina para organizar todo lo relacionado con la compra de material para los camiones de la empresa. Todo eran llamadas y videollamadas. Esa semana, tres camioneros fueron detenidos y arrestados por no tener las vacunas al día.
Los niños ya no jugaban en plazas y parques, estos fueron acomodados para animales sin dueños (muchos perros se quedaron sin dueño por fallecer los dos). Cuando acabó la sesión de trabajo volvió a salir a la calle y se dirigió al coche. Cuando ya estaba en él recibió una videollamada de una amiga especial, Rosario. Era una amiga más que especial, se conocieron en una videollamada grupal y desde entonces mantenían una amistad íntima, pero el máximo contacto que tuvieron fue sexo telefónico: se excitaban mutuamente para acabar masturbándose, pero hoy Rosario le proponía tener un encuentro en persona y al fin poder consumar su amor, pero ambos sabían cuál era el castigo si la policía anticovid los detectaba y detenía. Después de mucho hablar tomaron la decisión, se encontrarían en media hora en casa de ella.
Francisco conducía con mucha precaución con la identificación a la vista. Cuando llegó cerca del edificio donde vivía Rosario había un nuevo control, tuvo que dar dos vueltas a la manzana para despistar a los policías. Cuando estuvo seguro de que no lo veían, aparcó el coche en el parking subterráneo y subió por las escaleras. Ella le estaba esperando impaciente.
Pasada media hora, alguien llamó a la puerta. Francisco se escondió en la cocina y ella abrió la puerta, eran los policías anticovid con sus trajes especiales que, avisados por un vecino, entraron en la vivienda y la registraron. Al final lo descubrieron y se los llevaron detenidos a los dos. Ya sabían cuál era el castigo y lo asumieron. Dos días después, el castigo sería ejecutado.
Pasaron los dos días encerrados en celdas aisladas y llegó el día. Los vigilantes oficiales con sus trajes especiales los esposaron y los sacaron dirección salida norte de la ciudad. Llegaron a un edificio gris muy grande, los llevaron a sus habitáculos separados y pasadas 12 horas les pusieron una inyección. Esa jeringuilla contenía el virus de la fiebre de Marburgo. Esta enfermedad se identificó por vez primera en 1967 tras dos brotes simultáneos en Marburgo y Frankfurt, en Alemania, y en Belgrado, en Serbia. Su aparición se asoció a investigaciones de laboratorio con monos verdes africanos importados de Uganda. El virus lo transmiten los murciélagos de la fruta (Rousettus aegyptiacus) a los seres humanos y se propaga de persona a persona por contacto directo con sangre o secreciones de los infectados. El virus de Marburgo causa una fiebre hemorrágica grave. Se han notificado brotes y casos esporádicos en Angola, Kenia, la República Democrática del Congo, Sudáfrica (en una persona que había viajado recientemente a Zimbabwe) y Uganda entre 1980 y 2014. Ese era el castigo a quien se saltaba la ley de control anticovid, servir de ratas de laboratorio para investigar nuevas vacunas contra un posible ataque con virus. Lo que les inyectaron era sentencia de muerte segura.
La muerte de ambos fue por hemorragias en todos los órganos de sus cuerpos. Cuando fallecieron, sus cuerpos fueron quemados en uno de los hornos crematorios creados para castigar a los que se saltaban las leyes. La población mundial se redujo al 50% en estos 10 años.