El lago de la juventud
Juana salió de su casa como cada día, camino en dirección sur por la carretera de montaña, para bajar al pueblo a buscar el pan y algo de carne. Hacía muy buen día y el sol brillaba, era una temperatura agradable para el mes de octubre.
Caminó los tres kilómetros que le separaban del pueblo y se dirigió a la tienda del pueblo, donde todo el mundo compraba. El cartel de la tienda ponía “Casa Miguel”. Juana pasó justo por delante y continuó su camino, con la mirada fija en el infinito y sin pestañear. Cuando se acabó la calle, enfiló la pequeña carretera con dirección al pueblo vecino, estaba a 2 kilómetros de distancia. El sudor le caía por la frente, pero sus manos ni se acercaron a la frente para secarlo, su mirada continuó igual, fija en el horizonte y sin pestañear.
El pueblo estaba ya al alcance de su vista, al llegar a un pequeño cruce se desvió y se dirigió hacia el rio que pasaba cerca del pueblo, un lugar peligroso con muchos desniveles que lindaban con un precipicio. El sitio era muy arriesgado para caminar y mucho menos una persona de 70 años.
Alberto, el marido de Juana, se empezó a impacientar. Eran las 3 de la tarde ya, Juana no llegó a casa, algo muy extraño para ella, ya que siempre comían los dos juntos en la cocina de su hogar mucho antes de esta hora. Se decidió y cogió las llaves del auto Hacía mucho que no conducía, pero su preocupación era muy grande. Se dirigió a la tienda y le inquietó más que en el trayecto no la vio y cuando llegó a la tienda estaba cerrada. Como el propietario vivía justo encima de la tienda y eran conocidos, llamó y le preguntó:
-Miguel, ¿mi mujer a venido a comprar hoy?
-No Alberto, no ha venido, pero si quieres el pan lo tengo reservado, bajo y te lo doy
-No, gracias Miguel -arrancó el coche con rumbo desconocido. ¿Dónde buscaba a su mujer y donde estaba?
Juana siguió el camino con final en el rio y resbaló con las hierbas húmedas. Por primera vez desde que salió de su hogar por la mañana, los ojos se le inundaron de lágrimas, pero no salió ni un lamento de su boca. Se levantó y continuó su camino hacia el rio. Ya el sonido del agua era muy fuerte y estaba cerca.
A pesar de ir poco a poco, se cayó varias veces más, pero no se hizo ningún tipo de daño para no continuar. Descendía por un camino empinado y resbaladizo. Al fin llegó al sitio que ella quería llegar, un lugar donde se formaba un pequeño lago. Se apartó un poco de la orilla y junto a dos árboles se empezó a desnudar. Tardó más de lo normal porque el cuerpo le dolía de las caídas. Una vez desnuda, se acercó al agua y empezó a nadar en ella. Nadar era una cosa que siempre le apasionó. Cuando se giró se asustó; un hombre la estaba mirando desde la orilla del río. Pensó que hacer. ¿Cuáles eran las ideas de aquel hombre? El hombre se introdujo en el agua y se acercaba a Juana peligrosamente. Ella empezó a chillarle:
-No te acerques a mi o gritaré mas fuerte -no importa lo fuerte que gritara, nadie le oiría; la casa mas cercana estaba a 4 kilómetros y el hombre estaba a menos de tres metros.
Se continuó acercando, los gritos de ella se escuchaban en todo el bosque, pero nadie acudiría en su ayuda, nadie le escucharía solo el hombre que ya estaba delante de ella, el cual alargó las manos y la agarro por los antebrazos, tirando de ella hacia la orilla. Casi a rastras la llevó donde estaba la ropa. De repente se escuchó la voz de un guarda forestal llamando. Ella gritó “¡Estoy aquí, ayúdenme!” El guarda se acercó a una Juana fuera de si y al hombre. Les preguntó si todo estaba bien.
-Si -contestó el hombre- todo esta bien.
Dicho lo cual se alejó de la pareja y con un pensamiento en la cabeza: pobre Alberto, el Alzheimer de su esposa lo matará. Que triste es que no te conozca tu mujer y que ella se acuerde de donde se bañaba desnuda de jovencita.
PD: El Alzheimer es un tipo de demencia que causa problemas con la memoria, el pensamiento y el comportamiento. Los síntomas generalmente se desarrollan lentamente y empeoran con el tiempo, hasta que son tan graves que interfieren con las tareas cotidianas.