Pesadilla en el mar Mediterráneo
Era sábado, 29 de agosto de 2020. Eran las 5:00 horas y el sol todavía no despuntaba. Como casi siempre, Joan, Ferrán y Andrés preparaban los aparejos para un día de pesca entre amigos. Como siempre, llevaban algo para comer, un termo con café calentito y unas cervezas en una nevera térmica.
El mar estaba tranquilo, era un verano extraño con la historia del coronavirus, turismo había poco y los lugareños frecuentaban los locales del pueblo de toda la vida: el café en Sala Mozart, el aperitivo en Can Xena, al mediodía picar algo en Can Fandiño, otro café en Can Piferrer. De esta manera pasaban los días del verano más triste en la historia de esta ciudad turística.
Tiraron los tres amigos la barca de nombre Mercè a las tranquilas aguas, se fumaron algún cigarro, quitándose las mascarillas obligatorias por el gobierno para evitar contagios. Normalmente se distribuían lo más lejos posible uno de otro en la barca.
Querían pescar frente al faro y unos 500 metros más adentro, hacia el norte, el sol empezó a asomarse. Era súper agradable ver como salía el sol y les acariciaba la cara.
Llegaron al sitio concreto donde empezarían la jornada. Cuando empezaron a tirar los primeros anzuelos algo sorprendió a Joan, pero pensó que era una alucinación. La costa prácticamente no se veía, entonces es cuando Ferrán lo vio. El corazón se le aceleró: era un tiburón de más de 7 metros, un tiburón blanco.
Los tres amigos estaban asustados, el tiburón giraba alrededor de la barca. Ya se vieron algunos de estos animales el 24 de abril en Port de la Selva y Roses y el más grande en Torredembarra el 28 de abril.
Los amigos no sabían que hacer, esto no les había pasado nunca, y el miedo los tenía bloqueados.
De repente, un giro brusco del animal al pasar junto a la barca precipitó las cosas: Andrés cayó al agua a unos 4 metros de la barca. El miedo estaba reflejado en su cara mientras nadaba hacia la barca. Sus amigos solo vieron una gran boca que se lo tragó entero, solo restos de sangre en la boca del tiburón. ¿Pero por qué, se preguntaban, si decían que estos animales eran pacíficos?
Intentaron arrancar el motor, pero la realidad superaba a una película de Spielberg; el motor no arrancaba.
Joan y Ferran estaban asustados y se abrazaban. Lo vieron venir con su morro hacia la pequeña barca. El choque fue fuertísimo, los dos cayeron al agua y la embarcación quedó destrozada. Aquello no era un animal, era una máquina de destrozar. Cada uno se agarró a unos restos del barco. Con Ferrán, cayó al agua también la bolsa con los móviles, estaban solos con un animal hambriento.
Ferrán, horrorizado, solo vio durante segundos unos dientes que le partían el cuerpo por la cintura. Nada más pudo ver, los restos de su cuerpo se fueron al fondo.
Joan solo nadaba con todas sus fuerzas para intentar llegar a la orilla, algo impensable dada la distancia y lo rápido que nadaba el perseguidor. Fueron dos minutos de agonía antes de que su corazón se parara por el esfuerzo.
Los tripulantes del Maricel III, amigos de las tres víctimas, fueron los que descubrieron el cuerpo de Joan y los restos del barco. Fue la tragedia más grande del pueblo en la mar en mucho tiempo.
PD: Las autoridades dieron la versión de que un yate de gran longitud chocó a gran velocidad contra la barca destruyéndola, haciendo desaparecer dos de los tres cuerpos entre las hélices, y el tercero falleció del golpe. No se podía crear un terror al mar aquel año después de la famosa pandemia que pasaron. Pasó el verano y nadie supo lo que pasó aquel día en el tranquilo mar Mediterráneo.