Un pastel agrio
María entró en el supermercado como cualquier cliente, tenía que comprar varias cosas para un encargo especial que tenia. A ella le gustaba hacer pasteles y postres de todo tipo para su familia, pero llevaba cuatro años que no hacia nada, no tenia ganas de hacer nada; la noticia que le dieron fue un golpe bajo para toda la familia, intentaron tirar con entereza pero les costaba.
En el supermercado compró harina, huevos, mantequilla, levadura y cacao en polvo. Su misión era hacer un pastel de cumpleaños con forma de alas, hoy era el día que tenía que hacerlo y entregarlo. Se puso manos a la obra, desganada por un lado e ilusionada por otro. Esa persona que le pidió que se lo hiciera era su hija Andrea, que hoy cumplía 6 años.
Entró en la cocina y empezó a fabricar ese pastel tan querido por su hija, recortó la forma de las alas en un cartón para darle forma. Con las manos temblorosas empezó a batir los huevos con el azúcar enérgicamente, añadió la mantequilla y empezó el trabajo con la harina. Tuvo que parar un rato, mientras cogía el polvo blanco con las manos las lagrimas le caían sobre ella y los sollozos aumentaban. Paró unos minutos con el corazón encogido, su marido Pedro la abrazó y la animó: Andrea estaba esperando ese pastel. Continuó su trabajo, tardó una hora y media en tenerlo preparado. Lo puso en la cajita que lo trasportaría y se dirigió al hospital en el que estaba su hija ingresada acompañada de su marido.
Los últimos cuatro años no pudieron celebrar ningún cumpleaños, siempre coincidía con los ingresos en el hospital por su enfermedad. Los síntomas que descubrieron los padres eran fiebre, cansancio, sudores por la noche sin hacer calor y, sobre todo, la falta de apetito puso en alerta a los padres y el medico se lo confirmó después de unos análisis: tenia leucemia infantil.
Entró por la puerta principal en el hospital, la recepcionista la saludó con una sonrisa forzada, todos en el hospital conocían la historia. Se dirigió a la planta donde estaba su hija ingresada, las enfermeras la saludaban un poco desganadas. Los padres entraron en la habitación 1256 y allí estaba Andrea, esperando. Con un gran esfuerzo abrió un poco los ojos y esbozó una mueca que pareció una sonrisa. El padre encendió la vela con el número 6 y se lo acercó, un precioso pastel en forma de alas.
La niña cogió un poco de aire para soplar, en ese momento se apagó la vela y también se apagó la luz de la vida para Andrea. Su corazón dejó de latir. Los padres se abrazaron llorando, hace un mes les dijeron que le quedaba un mes y justo era en el día de su cumpleaños. Lo único que le pidió a sus padres en sus cuatro años de sufrimiento fue un pastel con forma de alas y lo pudo ver unos segundos, lo justo para poder apagar las velas y empezar a volar con unas alas como las del pastel que con tanto cariño y amargura le hizo su madre. Estés donde estés con tus alas, Andrea, descansa en paz.